La cultura como forma

La evolución biológica de los organismos les lleva por adaptación evolutiva al desarrollo de determinados elementos constitutivos y a la adopción de determinadas formas externas. No es lo mismo un gorrión que una avestruz, aunque ambas especies pertenecen a un mismo género, el de las aves. Ni es lo mismo un roble que una orquídea, aunque ambos vegetales comparten elementos esenciales comunes y por eso las conocemos a ambas como plantas. La forma exterior de los seres vivos es una respuesta de los mismos – de la información recombinada de su ADN- al entorno y a la vida.

De manera equivalente, la cultura es la forma que adopta la proyección de las ideas, pensamientos y creencias que estructuran la vida de los seres humanos. Hay una cultura instrumental, ligada directamente a la manera en que la lucha por la supervivencia se ha ido materializando durante miles y miles de años y que constituye la base de nuestras sociedades, nuestra forma de afrontar los retos de la existencia. Y hay una cultura más abstracta, cuya forma está menos ligada a instrumentos o a objetos físicos y más a conceptos e ideas, que en la práctica funcionan como herramientas del pensamiento. Éstas, habitualmente, se han forjado como evolución o derivación de las herramientas de la cultura instrumental aunque con el paso del tiempo ambas formas se han entrelazado de tal manera que a menudo se hacen prácticamente indistinguibles y muy compleja su singularización.

Esta confusión es la que con frecuencia produce el efecto perverso de considerar como real, lo que solamente es fruto de la acumulación de experiencias en el mundo de las ideas. Y es que la cultura es realmente esto, el desarrollo y aprendizaje de una sucesión de experiencias filtradas por nuestra interpretación. Cuando los elementos culturales tienen relación con los aspectos instrumentales, el contacto con las cosas concretas, su uso y verificación hace que resulten más ajustados a la realidad. En la medida que se alejan de este aspecto instrumental y viven en el mundo de la abstracción –por mucho que parezcan estrechamente ligados a la realidad- se vuelven más inciertos y fantásticos (por oposición a verdaderos).

Lo importante a destacar aquí es que este carácter no los hace menos verdaderos para las personas, que en muchos casos los darán por ciertos con más intensidad que la propia realidad que tienen ante sus ojos, ya que la clave es la interpretación. Ésta es, su vez,  consecuencia de la percepción individual, pero también y muy especialmente de la educación y de la socialización.

Y esto nos lleva a una importante cuestión, a tratar en una reflexión posterior:  ¿por qué la gente cree en lo que cree?

Manos dibujando – Mauritis Cornelius Escher (1948)

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