La solución milenaria

«No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles,
pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas»
        Lucio Anneo Séneca

La innovación es una de esas cosas sobre la que se escribe mucho pero que a la vez, salvo para los que se dedican a ella, se percibe como difusa y lejana en lo cotidiano de la mayoría de las personas. Aunque la innovación es una idea que transmite positividad, en general resulta desconocida o poco concreta. Y esto es paradójico por lo que podrá leer a continuación.

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Cada año se publican miles de libros que hablan de innovación, se celebran congresos, conferencias, entrevistas y premios donde la innovación es protagonista. La innovación parece la panacea, la esencia del progreso y la prosperidad de las empresas, los individuos y la sociedad entera. Pero ¿sabemos lo qué es la innovación?

Se suele identificar a la innovación con el cambio, pero en realidad la innovación no es el cambio sino la adaptación al mismo. Es una idea con base biológica, asociada al concepto de evolución en los términos expuestos por Darwin y Wallace. La innovación es la esencia de la vida, la materialización de la respuesta a un reto, consecuencia y efecto de la lucha por la supervivencia. Sin adaptaciones, plantas y animales, habrían desaparecido si es que alguna vez hubieran existido. La innovación registrada en sus genes les hizo responder a cambios, sutiles o catastróficos e hizo llegar la vida hasta hoy.

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En otro plano, la innovación ha jugado un papel clave en la historia humana, donde la cultura abre un espacio más allá de la biología. La historia humana es la historia de las innovaciones desarrolladas, desde la edad de piedra hasta nuestro presente digital. Somos seres protésicos y lo que nos hace humanos es utilizar herramientas y máquinas. Por eso identificamos automáticamente herramienta con innovación: producir y consumir es fruto directo de la innovación, como lo es nuestra propia pervivencia.

En economía, el concepto de innovación gana en complejidad y valor. El economista Joseph Schumpeter trazó una de sus definiciones más inspiradoras, que la conecta estrechamente con la figura del emprendedor. En el capitalismo hay personajes buenos y malos: el emprendedor es el héroe, el que asume riesgos, el que crea y transforma la realidad.

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Nuestra economía, nuestro potencial bienestar, depende de la existencia de emprendedores que utilizan la innovación como mecanismo de competitividad y crecimiento. Aunque el protagonista de la historia es el emprendedor, la innovación es la causa de que la acción del emprendedor se transforme en progreso económico. Sin innovación, no habríamos descubierto ni siquiera la agricultura.

La innovación en sentido económico se relaciona directamente también con otro concepto estrella de nuestro tiempo: la I+D. El acrónimo habitual de I+D+i nos aporta un jeroglifo que nos lo explica: la I+D es convertir el dinero en conocimiento, la innovación es convertir el conocimiento en dinero.

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Es fácil ver la diferencia entre la innovación, que optimiza recursos y mejora las condiciones del sistema, y algo tan de nuestra cultura como es la chapuza. Sí, la chapuza puede resolver un problema por algún tiempo, pero la baja calidad de la solución y sus seguros efectos secundarios hacen que consideremos a la chapuza como un recurso perfecto solo para el humor.

Suele pensarse que la innovación es siempre tecnológica pero esto no es así. Como insistía Schumpeter, puede haber innovaciones en gestión, en diseño, organizativas o comerciales y todas se ajustan a la idea y naturaleza de la innovación: la adaptación al cambio para ganar el mañana.

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Hay definiciones formales de innovación que respaldan estas razones. La que aporta el Manual de Oslo de la OCDE, por ejemplo, o la de la propia Unión Europea que, en su lado luminoso, proclama que “la innovación es sinónimo de producir y explotar con éxito una novedad, en las esferas económica y social, de forma que aporte soluciones inéditas a los problemas y permita así responder a las necesidades de las personas y de la sociedad. Por esto los presupuestos comunitarios incluyen muchos millones de euros para apoyarla.

Es por tanto deseable que los responsables de mejorar nuestro presente y nuestro futuro trabajen por la innovación y que todos seamos conscientes de lo que nos jugamos a nivel colectivo e individual en este nada difuso ni lejano asunto de ser innovadores.

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“El hombre no puede descubrir nuevos océanos
a menos que tenga el coraje de perder de vista la costa.”
André Gide

 

 

Extracto del artículo publicado en la revista PLAZA en su número de mayo de 2016.

 

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