Mitocondrias

«Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe
para siempre, quién es».
Jorge Luis Borges

Es casi seguro que las tres grandes preguntas de la existencia, quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, pueden ser resueltas atendiendo a la cuestión central. El origen de las cosas marca su identidad y normalmente su destino. Es por ello que la historia es el conocimiento nuclear de las ciencias humanas ya que resume nuestra existencia en base a registrar la de toda la humanidad.

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Hasta hace poco el relato de nuestros orígenes, en el mejor de los casos, se reducía a detallar intrincadas genealogías llenas de antepasados de largos bigotes y rostros familiares. El descubrimiento del ADN y la reconciliación de todos los seres vivos en un único árbol evolutivo nos desvela el camino de la vida como una única singularidad compartida por incontables individuos diferentes.

Hasta el creyente más recalcitrante debe admitir que si el ADN existe -y vaya que existe- todos los seres humanos compartimos el de “Adán y Eva”, como mínimo. Y admitiendo esto, un poco más atrás, el de los primeros organismos vivos dignos de tal nombre que aparecieron en la Tierra.

El desarrollo de las técnicas de secuenciación del ADN de las últimas décadas ha hecho posible que podamos conocer muchos detalles del fluir biológico de la humanidad. Hemos sabido de nuestro origen africano, de nuestras relaciones íntimas con los Neandertales o que la idea de razas humanas pertenece a la misma categoría de creencias mitológicas que los dragones o las hadas.

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La reducción del coste de estas técnicas permite que el análisis de ADN pueda realizarse ya a nivel particular y de este modo conocer nuestro verdadero linaje. Existen varias empresas localizables en internet que monetizan con éxito este ansia humana de conocer nuestros ancestros y que nos permiten saber por donde andaban nuestros genes los últimos cien siglos o más atrás.

Uno de los sitios más reputados que realizan este estudio es una conocida sociedad de divulgación geográfica y científica de Estados Unidos, que está llevando a cabo desde hace 12 años un proyecto a nivel global llamado Genographic. En este periodo se ha registrado ya el ADN de casi 800.000 personas, de manera anónima y sin ánimo de lucro. Su objetivo es llegar a determinar cómo fuimos y cómo llegamos a ser lo que somos, cómo y por donde transcurrió el viaje del género humano el último medio millón de años.

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Realizar este análisis, que recomiendo sin ningún compromiso, nos abre los ojos a nuestra historia personal, a nuestras raíces más lejanas y al tiempo más íntimas. Seremos conscientes de que fuimos viajeros venidos de África, un lugar de creación de vida y emigración desde siempre; que nuestros ancestros se movieron por Oriente Medio, por montañas y planicies del este de Europa y por las islas del Mediterráneo. Sabremos que compartimos el mismo material genético con todos los pueblos europeos, desde Irlanda hasta los Urales y que andando un poco más atrás en el tiempo, la señora china de la tienda de su barrio resulta ser prácticamente una prima cercana.

Cualquier persona tiene un número de antepasados directos realmente abundante, piense que se duplican en cada generación hacia el pasado. Pero para determinar un rastro concreto, una certeza de ancestro directo, solo hay dos líneas posibles.

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Una es estudiando el cromosoma Y, que es el que se transmite por vía paterna. Como en las sagas o el registro civil, uno hereda su apellido genético de su padre y se transmite “de padres a hijos” (en masculino) por los siglos de los siglos. Así sabemos cual es el linaje paterno, al estilo bíblico.

La segunda forma de seguir el linaje humano es por vía femenina, a través de la madre, la abuela y así sucesivamente. El secreto de esta pista está en las mitocondrias, una estructura celular que sorprendentemente porta su propio ADN y que cada mujer transmite a sus hijos e hijas.

Las mitocondrias son los órganos que proporcionan energía a todas y cada una de las células del cuerpo y además, y esta es la sorpresa, incorporan un segundo ADN mitocondrial, con sus propios cromosomas que nos permiten conocer el hilo conductor de nuestra vida hasta el pasado más remoto, a través de todas nuestras madres.

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En esta época revuelta en que se levantan muros contra la migración, en que se alimenta el miedo y la exclusión del diferente, comprobar el viaje a lo largo del tiempo de las personas que acabaríamos siendo nosotros debería tener unas consecuencias claras sobre nuestro pensamiento y nuestras acciones.  Creer que somos diferentes o que esa diferencia nos hace mejores, es un triste engaño y potencialmente un desastre.

Vivimos en una sociedad moderna y libre, tecnológicamente avanzada, que trabaja por mejorar la vida de las personas y que debate acerca de las pensiones, la robótica o la renta básica, pero que todavía lucha por la igualdad entre las personas sin distinción de sexo, origen o cultura. Entender de dónde venimos es esencial si queremos saber quienes somos y a dónde queremos ir.

 
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En recuerdo de mi madre María, que nos dejó en la primavera de 2017. Una mujer extraordinaria, ejemplo de amor, lucidez y valor a lo largo de toda su vida. Y a la que llevo siempre en mi pensamiento y en todas y cada una de nuestras mitocondrias.

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Palabras mágicas

Nada hay tan increíble que la oratoria
no pueda volver posible
Cicerón

Un elemento clásico en las narraciones fantásticas es el uso de palabras mágicas, conjuros con el poder de cambiar la realidad al gusto de quien los pronuncia ¿Podrían existir en la realidad? Imagine que, cambiando solo una palabra en un mensaje comercial, el receptor cambie de actitud del rechazo a la aceptación ¿Es posible condicionar a las personas de este modo tan simple y efectivo?

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En 2011 el gobierno de EEUU cerró tres sitios de apuestas en internet. Los medios de comunicación describieron la actividad de estos servidores con un lenguaje que inducía a pensar en algo delictivo, al utilizar la palabra gamble (juego). Esto influyó en la percepción social de la legitimidad del juego en línea y finalmente la opinión pública alcanzó a las autoridades.

Juego puede decirse en inglés con dos palabras al menos: game que se asocia con la infancia, el deporte o el esparcimiento y gamble que se asocia con los adultos, el riesgo o las apuestas. Tras el incidente, la empresa cambió la palabra clave y se obró la magia. Las encuestas mostraron que el público aprobaba los mismos negocios en torno al game, en cuanto la palabra gamble y sus significados negativos desaparecieron.

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El poder de estas palabras no se encuentra en ellas mismas, como es de suponer, sino en la cultura de referencia del destinatario que explica su significado. Por tanto conocer en detalle la cultura del público objetivo es la clave de la comunicación de éxito.

No es lo mismo que te anuncien una inspección que una revisión. Lo primero se asocia con la autoridad y el temor a una sanción mientras lo segundo apunta a un servicio favorable al usuario. Cabe preguntarse por qué entonces hay empresas que amenazan con realizar una inspección y otras te sorprenden con el beneficio de una revisión, con tan solo cambiar una palabra. La antigua expresión de “medir las palabras” resulta muy reveladora y nos hace preguntarnos si se trata solo de una torpeza o si estas empresas quieren realmente influir en sus clientes o usuarios.

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Diferentes estudios confirman que el lenguaje simbólico y emocional es plenamente efectivo en la publicidad de productos para el disfrute personal mientras en productos utilitarios es mucho más eficaz un lenguaje técnico y descriptivo. Esto es relevante para los mensajes de empresas que venden un tipo de producto u otro. La metáfora, la publicidad revestida de narración ficticia estaría indicada, por ejemplo, para perfumes o viajes pero no tanto para bancos o compañías de transporte.

¿Qué pasa cuando un producto es ambas cosas? Pues depende del uso. Los consumidores utilizan un lenguaje figurativo cuando hablan desde el hedonismo pero suelen usar palabras neutras y formales cuando describen su experiencia utilitaria. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando un conductor nos cuenta un viaje memorable por carretera o bien nos habla de su trayecto diario al trabajo.

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Las palabras tienen la propiedad de apelar directamente al corazón, a las emociones. Ahí radica su magia, ahí está el abracadabra. Conectan directamente con nuestro interior mediante arquetipos y atributos que al estimular nuestros valores generan aceptación o rechazo. Las palabras neutras que vienen acompañadas de datos, por muy relevantes y exactos que sean, pueden desplegar mucha verdad pero ni conmocionan ni movilizan y son inútiles para la acción social.

Cuando Trump dice que “volveremos a hacer grande América de nuevo”, no concreta cuándo ni cómo, ni qué significa ser grande o cuando lo fue antes, ni tan siquiera qué es América que no es al sur de río Grande. Sus palabras son irracionales pero mágicas, conectan con sentimientos, pasiones e instintos.

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 Es como decir que «se hará lo que se tiene que hacer» ¿Habría alguien dispuesto a negar esto? La cuestión es que no se dice qué es lo que se tiene que hacer de manera que no habiendo nada detrás de esta declaración, nada puede oponerse.

El lenguaje de la demagogia -ahora llamada populismo- se apoya en sortilegios y solo con conjuros más poderosos, como el “Yes we can” que encumbró a Obama, se podrán superar.

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Pueden consultar más contenidos sobre este mismo asunto en otro articulo de este mismo blog. Una adaptación de este texto fue publicada en la revista PLAZA del mes de marzo de 2017.

Prejuicios y expectativas

La ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio.
Denis Diderot

Los humanos sabemos que somos animales pero no nos gusta demasiado reconocerlo, así que enseguida declaramos que somos racionales, marcando la diferencia con el resto de seres condenados a no serlo, según el punto de vista humano.

La racionalidad es una de las cuestiones importantes de la ciencia económica ya que pretende explicar el comportamiento de los individuos. Sobre esa base la teoría clásica elabora las leyes económicas, desde la de la oferta y la demanda hasta las decisiones del BCE. La racionalidad se supone objetiva y universal, como la ley de la gravedad o la velocidad de la luz, de manera que elaborar principios en economía debería ser tan posible como en física o astronomía.

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Pero sabemos que no es así, lo experimentamos yendo de rebajas o en las crisis financieras. La psicología y la antropología han explicado suficientemente que nuestro comportamiento obedece a multitud de causas y motivaciones y ni el mismísimo Sheldon Cooper es capaz de actuar siempre de manera lógica y racional.

Una explicación de esta misteriosa pero observable conducta la detalló el profesor Daniel Kahneman en su libro ‘Pensar rápido, pensar despacio’. Kahneman, que es psicólogo pero premio Nobel de Economía, expone que los seres humanos tenemos dos sistemas decisionales, como si fueran dos cerebros paralelos.

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El primero de ellos es básico, rápido y preparado para la acción. Responde bien a los peligros y oportunidades del entorno pero depende de las emociones, sus conclusiones son  simples e instintivas y actúa involuntariamente. Juzga los hechos y las situaciones en base a decisiones ya establecidas (pre-juicios) por experiencia propia o por educación.

El otro sistema, el verdaderamente racional, es consciente, lógico y más certero en su diagnóstico y en sus decisiones. Pero es lento y en comparación con el primero supone un coste de tiempo y energía, así que la ley del mínimo esfuerzo juega en su contra haciendo que solo se use en las menos de las ocasiones.

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El planteamiento de Kahneman sirve para explicar por qué los consumidores, los inversores y el resto de agentes económicos actúan como lo hacen, de acuerdo a reglas en muchas ocasiones ilógicas o contradictorias. Instinto y prejuicio nos condicionan pero facilitan la vida, nos han permitido progresar a lo largo del tiempo pero nos apartan de la verdad.

El prejuicio no está solo. La expectativa -la esperanza de que algo ocurra- actúa en íntima combinación con el prejuicio. Esperamos un resultado de nuestras decisiones tanto si responden al sistema 1 o 2 de pensamiento. La diferencia es que al utilizar el primero, la expectativa resulta tan inconsciente como rápida y al requerir poco esfuerzo, suele ser la preferida. Y es más fuerte, porque conecta con lo emocional.

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Este análisis le valió a Kahneman el Nobel al identificar el comportamiento del consumidor y los fundamentos del sistema económico y es fácil extrapolar del consumo de la economía al consumo de la política. Así que el análisis de los dos sistemas de pensamiento aclara parte de lo ocurrido en las últimas elecciones de diciembre y junio o en el referéndum sobre el Brexit o sobre el acuerdo de paz en Colombia.

Por un lado los prejuicios previos, los de aquellos electores con su voto decidido por su identificación, su pasado o su formación. De otro las expectativas: el miedo al cambio o a la pobreza, el miedo a perder privilegios o derechos, el temor a la injusticia, el miedo a que manden los otros o a que se desmanden los míos…

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Sí, el miedo, el gran condicionador de la mayoría de los prejuicios y por eso activador del primer sistema, más inmediato y reactivo que el sistema racional, que suele activarse por refuerzos positivos .

Una ironía sobre el equilibrio neoclásico atribuida a Galbraith, afirma que “en economía, la mayoría siempre se equivoca”. Podemos pensar que, con mucha frecuencia, en política también: somos humanos.

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Un extracto de este artículo fue publicado en el número de Agosto de la revista PLAZA.

La era de los robots

«Ten cuidado porque no tengo miedo y eso me hace poderoso»
Criatura de Frankenstein

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Los robots llevan con nosotros tanto tiempo que contar sus referencias culturales resulta incalculable. Como arquetipo de todas ellas podemos considerar “Yo, robot”  del maestro Asimov, aunque estoy seguro de que todos ustedes recuerdan multitud de historias, películas o personajes protagonizados por fascinantes inteligencias artificiales. Espero que  muchos de los que aparecen aquí les resultarán tan reconocibles como entrañables.

Todos entendemos el término cuando lo vemos, a pesar de su origen eslavo. Robot, etimológicamente, tiene que ver con el trabajo, con el trabajo duro en especial. Los robots pues, son trabajadores, dispositivos o máquinas que llevan a cabo tareas repetitivas, peligrosas, desagradables o imposibles, en algunos casos, para los humanos.

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El despertar de los robots empezó con las técnicas tayloristas de fabricación, en el desarrollo de la segunda fase de la revolución industrial. Cualquier producto manufacturado podía ser descompuesto en una serie de tareas simples. Las cadenas -en más de un sentido- de producción integraban trabajadores que mediante labores sencillas y concretas aumentaban la producción y reducían el coste unitario. En este proceso, sustituir personas por máquinas, era el paso natural.

Hoy existe el consenso sobre una próxima revolución robótica. Se habla de una singularidad por venir, un crecimiento explosivo que representará un cambio tecnológico y social similar a lo que el automóvil, la aviación o las telecomunicaciones supusieron en el siglo XX. Y este cambio no solo lo protagonizarán máquinas de apariencia humanoide.

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Piensen en una mezcla creativa de la internet de las cosas, los smartphones, los sensores ubicuos, la impresión 3D, los drones, la industria 4.0 y Big Data. Un futuro inminente en el que la inteligencia distribuida -inteligencia como capacidad de percibir, recordar y tomar decisiones- estará cada vez menos en nuestros cerebros y más en una cornucopia de pequeños dispositivos interconectados.

Aunque extendidos en la industria del automóvil, los robots aún no son la norma en la mayoría de sectores productivos, ni siquiera en aquellas actividades que por su repetición y sencillez resultan idóneas para su aplicación. Hasta ahora, la razón de esta limitación había sido el coste de oportunidad: la mano de obra en determinados países era abundante y resultaba más barata que invertir en máquinas.

Pero ahora la tecnología ha progresado y las cosas están cambiando deprisa.

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Los robots son la proyección de un sueño o una pesadilla. Por un lado, podemos pensar que serán nuestros sirvientes, que realizarán el trabajo penoso y permitirán mejorar nuestro nivel de vida. Por el otro, el robot representa el arquetipo del poder sin alma ni sentimientos, una voluntad fría e inhumana que podría considerar a sus progenitores biológicos como una molestia a eliminar. Y de algún modo, aunque sea simbólico, así será.

Para empezar, como ocurrió con las anteriores revoluciones industriales, habrá colectivos de trabajadores que sufrirán una competencia imbatible. Muchas corporaciones industriales han empezado a desandar el camino de la deslocalización y vuelven a sus países de origen: aliviadas de los costes laborales, las fábricas robotizadas son más rentables cerca de sus mercados.

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Por contra, los países que habían disfrutado las ventajas competitivas de sus bajos salarios, se verán en apuros y sufrirán una crisis de desindustrialización prematura de sus incipientes -pero extensas- estructuras productivas. China es hoy la fábrica del mundo pero eso podría cambiar pronto.

El cambio afectará también a los sectores primario y de servicios, en especial el comercio, la salud o los servicios personales. Un estudio publicado The Economist encontró que el 47% de los empleos de EEUU estaban amenazados de una manera u otra por la automatización.

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Ese porcentaje asciende al 69% en India y al 77% en China. La cifra alcanza el 85% en muchos países africanos, lo que puede agravar sus problemas de pobreza y subdesarrollo así como el desafío del fenómeno migratorio.

Cabe preguntarse sobre los nuevos espacios de empleo y valor añadido que creará esta nueva forma de producción y organización. Mirar al pasado, a la introducción del vapor, la electricidad o los motores de explosión nos puede dar una pista, quizás ligeramente esperanzadora.

Con la lógica incertidumbre que abre una innovación disruptiva de esta dimensión, el potencial transformador -liberador pero también traumático- de la era de los robots, puede llegar a ser el hecho histórico y cultural más impactante de este siglo.

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@antoleonsan

 

Un extracto de este artículo se publicó en la revista PLAZA del mes de junio de 2016.

Tabús y tabúes

Prohibir algo es despertar el deseo.
Michel de Montaigne

Es habitual que entre amigos, en reuniones familiares o en foros de internet, quede establecida la prohibición -tácita o expresa- de tratar algunos temas, especialmente religión y política. La religión parece la cuestión más sensible, si atendemos a las ubicuas tertulias de televisiones y radios en las que, de manera casi obscena, la política mal entendida es la única materia de opinión y debate.

Otros asuntos normalmente prohibidos son los que tienen que ver con el sexo, el uso de palabrotas o cualquier otro que el grupo en el que se habla considere “delicado”, eufemismo que viene a significar que algo puede romperse, ya sea una amistad o la cabeza de alguien.

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Aunque el pecado original y la historia de la iglesia tengan su origen en la prohibición divina sobre un fruto, no hablaremos ahora de religión ni de política, pero sí de lo que comparten estos espinosos asuntos, la prohibición social en sí, que todos reconocemos con la palabra de origen polinesio que la define: tabú.

Según el diccionario de la Real Academia Española, tabú es la condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar. Otra acepción, más cercana a su significado original, habla de la prohibición de comer o tocar algún objeto por motivos religiosos. Parece raro que no existiera una palabra así en una cultura milenaria como la nuestra que siempre se ha caracterizado por establecer regulaciones y prohibiciones a diestro y siniestro.

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Para la inquisición, por ejemplo, no había tabú, sino pecado, un asunto feo que podía convertirse en delito. Pecado y tabú comparten significado pero en el pecado se puede caer y salir mientras que el tabú es un territorio prohibido. El pecado lo establece la religión pero puede ser aceptado por las personas que no la profesan. Por el contrario el tabú es universal en el ámbito social y las consecuencias de violarlo son impensables. Pero no hablemos de religión… ya hemos visto que es tabú, así que mencionaremos otros casos.

El suicidio, cuyo estudio estuvo en el nacimiento de la antropología social académica (1), es un buen ejemplo de tabú mediático, con una marcada invisibilidad pública pese a lo constante de su tragedia: 3.870 personas se quitaron la vida en España en 2013 según datos del INE, de las cuales más del 75% fueron hombres. Comparen esa cifra con las 1.807 víctimas mortales en accidentes de tráfico en el mismo periodo y entenderán la dimensión de este escondido drama colectivo, intensificado además en tiempos de crisis.(2)

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Hay otros tabús en apariencia más leves pero igual de letales. La ignorancia siempre es mala, pero la prohibición establece una ceguera social que induce errores colectivos de consecuencias graves y duraderas. Recordemos que la característica básica del tabú es una obligación de no hacer, no tocar, no saber. Es un mandato social e invisible para inhibirse de ciertos asuntos. Y así descubrimos que los tabúes nos dominan.

Porque no cuestionamos, aunque digamos otra cosa, que el derecho a la propiedad esté por delante del derecho al bienestar de las personas. Porque admitimos, aunque no la practiquemos, que la elusión fiscal es aceptable y hasta elogiable. Porque miramos hacia otro lado cuando conocemos que las grandes empresas, las mismas que fijan retribuciones millonarias a sus directivos, cotizan de media alrededor del 7% en el impuesto de sociedades.(3)

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Tabú es que ciertas personas físicas o jurídicas, especialmente vinculadas con el dinero y el poder, no sean denunciadas o investigadas por miedo -tabú en estado puro- a perder un ascenso, ingresos publicitarios o a decisiones de sus consejos de administración. Tabú es la opacidad disfrazada de una falsa discreción que no nos beneficia sino que nos condena.

Algo habría que hacer, aunque sea a nivel personal, con este tipo de tabús… Por cierto, qué forma es la correcta del plural ¿tabús o tabúes? Pese a su nombre, la RAE es mucho más abierta y liberal de lo que se cree: ambas formas son igualmente válidas.

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Un extracto de es artículo fue publicado en el número de junio de 2016 de la revista PLAZA.

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(1) Emile Durkheim, El suicidio. Estudio de Sociología. (1897)

(2) Pueden consultar las estadísticas sobre suicidio en España en >ESTE ENLACE< del Instituto Nacional de Estadística (INE). En 2015 el INE publicó una nota sobre causas de la muerte en España con datos actualizados de 2013. La nota puede consultarse <AQUÍ<

Para una mayor información sobre este dato, pueden consultar el artículo: «¿De qué muere la gente en España?»  en este mismo blog.

(3) Según un informe del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (GHESTA) publicado en 2014, el tipo medio de cotización de las grandes empresas fue del 3,5% en el año 2011, casi cinco veces menos que el tipo medio de las PYME. Según datos de la Agencia Tributaria, en 2014 el tipo medio había subido al 7,3%, muy lejos todavía del tipo medio al 20% de las PYME y del 30% que fija la ley del impuesto de sociedades. En estas informaciones se reflejaba así mismo que el 80% de las grandes empresas operaba en paraísos fiscales mediante filiales.

 

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