Marca País: imagen, marketing, símbolo y poder

Intentando mejorar la Marca España

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Logotipo del programa «Fabricando: Made in Spain» de la TVE1

Como efecto colateral de las crisis económica y en el escenario de búsqueda de medidas que aumenten la competitividad, las exportaciones y el conjunto de las acciones en el exterior, el gobierno español puso en marcha, mediante el Real Decreto 998/2012, la figura del Alto Comisionado para la Marca España, con una doble finalidad.

En primer lugar, mejorar la imagen exterior de España visibilizada bajo la denominación «Marca España«, que toma como modelo las iniciativas adoptadas por otros Estados en ejecución del concepto de marca-país. Y, en segundo lugar, promover la actuación coordinada de cuantas instituciones y entidades resultan comprometidas con iniciativas que coadyuven a la mejora de los resultados y al logro de contribuciones medibles para los intereses de España en los ámbitos económico, cultural, social, científico y tecnológico.

El Alto Comisionado para la marca España -cargo que por cierto, no es remunerado- tiene entre sus fines los siguientes:

  • Promover medidas para mejorar la imagen exterior de España.
  • Desarrollar una herramienta de información periódica para conocer y medir la percepción sobre España.
  • Impulsar la planificación y coordinación de la acción exterior de los órganos de las Administraciones Públicas.
  • Promover la participación en la planificación y ejecución de la acción exterior de cuantos organismos públicos y entidades públicas y privadas gestionen actividades de promoción internacional, apoyar, sus iniciativas, e impulsar acciones conjuntas de colaboración en dicho ámbito.

Como se ve, se trata de objetivos deseables y racionalmente adecuados. Sin embargo, por varias razones, la tarea parece más ilusoria que posible -como luego veremos- en particular en lo referente al primero de los fines: la imagen exterior del país.

Esta medida legislativa ha venido unida a un creciente debate sobre la imagen exterior de España, condicionada por diferentes sucesos de los últimos tiempos que afectan a la imagen del país en el exterior y que van desde los escándalos de corrupción política a la eventualidad de un rescate financiero de gran magnitud. La imagen de España se percibe deteriorada desde el comienzo de la crisis, no solo por parte de otros países sino -especialmente- por sus propios ciudadanos.

Es un fenómeno complejo donde actúan de base factores económicos y políticos, pero también psicológicos y sociológicos de gran importancia. La crisis (singular) se constituye en «crisis» (plural), y en su pluralidad afecta a instituciones que hasta ahora parecían a salvo de grietas, como la monarquía, las altas instituciones o la administración del estado.

Se suman estas crisis a un sentimiento colectivo de depresión, donde más de 6 millones de desempleados y una crisis fiscal y productiva en toda regla amenazan el futuro inmediato de los ciudadanos. Crisis, en definitiva, que afecta gravemente a la identidad y a la proyección de España.

El ejemplo de la reciente eliminación de la candidatura de Madrid para organizar las olimpiadas de 2020 se vive como un hito más de la recesión que vive el país y que a veces se vislumbra como una auténtica decadencia. Como en estos dos ejemplos de declaraciones que reflejan el problema señalando la mala imagen exterior de España: el presidente de Canarias (8 septiembre 2013) y el rector de la universidad de Deusto (22 julio 2013).

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Marca España es una iniciativa gubernamental

Conceptos y definiciones a tener en cuenta

El problema de la identidad ha sido tratado infinidad de veces y son conocidas las cuatro reglas. Simplificando, cada uno de nosotros es quien cree ser, quien creen los demás que es y quien es en realidad. A estas tres visiones se añade que uno es también quien quiere ser, pues hay una permanente tensión de cambio relacionada con el paso del tiempo, la voluntad y la evolución y el desarrollo personal.

Cada individuo no es una sola de estas cuatro versiones sino las cuatro al mismo tiempo y esto es lo que hace que la definición de la identidad y de la percepción de esa identidad sea algo tan complejo. En cualquier caso ya podemos ver que uno de los aspectos más importantes es el problema del cambio: ninguna de estas visiones se modifica de manera rápida sino que todas lo hacen con una inercia importante, salvo en el caso de que ocurra algún suceso realmente traumático. Y con frecuencia ni siquiera así.

Hablamos de percepción de la imagen. Por aclarar conceptos, despejamos la diferencia entre imagen, percepción e identidad.  Son definiciones que cualquier estudiante de diseño o comunicación conoce en sus primeros días de escuela, pero que a menudo se confunden y se solapan.

La imagen es algo que se proyecta. Por tanto es algo que el emisor de la señal produce y puede controlar hasta cierto punto. La percepción es el resultado del impacto de una imagen en un individuo o individuos concretos. Dos cuestiones claves en la percepción: es un proceso individual, sucede en la mente de cada persona y la imagen y el mensaje que transporta, se interpreta por tanto necesariamente en la mente y la cultura de cada individuo, por lo que la misma imagen dará lugar a diferentes percepciones.

La identidad no es ni lo que se emite ni lo que se percibe, simplemente es lo que es, aunque como tal realidad solo produce efectos en los individuos -como acabamos de ver- a través de las percepciones que obtienen de la imagen que esa realidad les proyecta.

Para finalizar el círculo, hay que hablar de las emociones. Emoción en este caso significa identificación y motivación. Identificación es que una persona sienta suya alguna característica de otra persona o cosa diferente a sí mismo pero que incorpora cualidades que le son propias o que siente como propias. Motivación es la capacidad que tiene una idea de impulsarnos a la acción. La idea puede tener una base bien material pero es su transformación en idea fuerza la que nos moviliza, la que nos empuja a hacer algo.

Queda claro que estas dos cualidades que agrupamos en la de emoción son el núcleo del marketing ya que son ellas las que permiten conectar al cliente consumidor con el producto o servicio con el que se identifica («eso es mío«) y que le motiva a actuar, en primer lugar a través de su adquisición o disfrute («quiero eso«).

Este esquema teórico de comunicación se cumple fielmente en el caso de productos de consumo, a los que asociamos con el conocimiento que de ellos tenemos a través de la publicidad y de su eventual consumo, conocimiento que se materializa en un elemento clave de la comunicación:  la marca.

La marca supone no solo el icono más importante del producto sino también el instrumento en el que se concentra el mensaje, el que encarna la imagen y simboliza la identidad del producto y del fabricante. La marca se parece al mercado en que ambos son lugares donde se encuentran vendedor y comprador, donde el primero declara quien es, aspirando a ser reconocido y a seducir y el segundo reconoce el producto que desea y su llamada.

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La gastronomía asociada a una marca país es uno de los valores más reconocidos

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Marca y marketing

La marca es un sistema de identificación comercial (2) que fue a más en tanto el mercado se hizo más maduro, masivo y extenso geográficamente, donde  la diversidad de oferta fue resultando abrumadora y la competencia numerosa y cambiante.

La marca representa el valor del producto o servicio y por extensión a la empresa fabricante o prestataria. En un mercado complejo, la marca aporta la información que el consumidor necesita para decidir mediante su reconocimiento.

Tendemos a pensar en marcas como algo con sentido estrictamente comercial, esto es, de productos o servicios en un mercado a cambio de un precio, pero a poco que estudiemos marcas vemos que no es así. Existen marcas institucionales que tienen centenares de años y todos reconocemos marcas asociadas a movimientos, organizaciones o estados.

Estados, naciones… claro porque ¿qué es una bandera sino una de las marcas más representativas de una nación? Podemos por tanto comprobar que marcas que no siendo exactamente comerciales, tienen un comportamiento casi idéntico a las que representan bienes de mercado. y esto es así porque en ambos casos son:

  • El símbolo que concentran el significado y la identidad de la organizaciones.
  • El vehículo que transmite sus valores.
  • El mecanismo que activa los sistemas de identificación y motivación de sus receptores.

Las organizaciones, sean privadas o estatales, proporcionan servicios materiales e inmateriales que son apreciados, que tienen un valor y por tanto se consumen. Y tienen sus clientes, aunque en ocasiones les denominemos socios, afiliados o votantes.

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La diferencia entre el consumidor que compra a cambio de un pago directo o el consumidor que compra pagando de otra manera, es lo que diferencia el producto o servicio comercial del no comercial, pero a efectos del mecanismo de marca y del proceso de comunicación visto antes, ambos casos son prácticamente indistinguibles.

De este modo, la publicidad de una marca de ropa es perfectamente equiparable a la de un partido político o el impacto patriótico de una bandera al de un reconocido logotipo en la trasera de un ordenador portátil de última generación. (1)

¿Es entonces la Marca País un asunto de marketing simplemente? ¿Puede la imagen de un país ser vendida como un detergente o un modelo de automóvil? Y si admitimos que a pesar de lo singular del caso de un país -con la complejidad de definición y adscripción que supone- es efectivamente asimilable a una marca comercial convencional  ¿puede una marca de refresco o de automóvil cambiar su percepción en un plazo de tiempo relativamente corto? ¿qué relación tiene la percepción que la gente tiene de un producto con la realidad misma de ese producto? ¿ a qué obedece esa vinculación de marca en el caso de una nación?

El caso de la Marca País es especialmente complicado. Para empezar porque incorpora muchos valores inconscientes, casi automáticos, que una marca comercial solo incorpora tras una larga trayectoria en el mercado. A lo largo del tiempo la marca va adquiriendo un significado que es el resultado de los propios valores del producto y de la empresa y de la percepción continuada por parte de los consumidores.

Ese proceso continuo acaba construyendo una cultura, un paquete de conocimientos, creencias, procesos, hábitos y símbolos derivados que reflejan una adaptación. Esas cuatro formas de ser como somos que veíamos antes, pero puestas a rodar por la pendiente del paso del tiempo.

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Otros tiempos, otras necesidades. Cartel de Joan Miró para el pabellón de la República Española, en la Exposición Internacional de París de 1937.

La diferencia de la Marca Nación (3)

Esta cultura sobre una marca comercial con solera, se convierte en Cultura, con mayúsculas, cuando hablamos de naciones. Por varias razones que la hacen sustancialmente diferente de la comercial:

Podemos elegir entre productos y podemos elegir entre comprar o no el producto, pero es casi imposible no pertenecer a una nación en la que nacimos; una cosa viene de la otra, literalmente.

Esta pertenencia induce una potente identificación, tanto que la definición del yo como individuo casi siempre -salvo contadas excepciones- pasa por el yo como miembro de un colectivo nacional con el que no solo la persona comparte algo (cultura, valores, ámbito) sino que como individuo es también en sí mismo un algo que forma parte del conjunto.

– La educación en cultura patriótica sucede en todas las naciones y se produce desde la infancia. El valor de «mi país» suele ser proporcional al desprecio hacia otros. Lo que en el mío es gloria y produce mi admiración en los otros puede variar entre el odio o la crítica y solo la admiración para aspectos muy concretos.

A los extranjeros les aplicamos su particular «plantilla» nacional repleta de símbolos que la propia educación y cultura de nuestra nación ha elaborado sobre ellos, la mayor parte de las veces en forma de prejuicio. Como decía Schopenhauer: «cada nación se burla de las otras y todas tienen razón».

– La nación es el ámbito natural donde sucede la vida de las personas (4) y por tanto suele traducirse en una gran trascendencia en todos los órdenes de la vida, desde la legislación, a las artes, de la política al deporte. Es también un marco temporal, del pasado y el futuro.  

Durante la dictadura franquista, los teóricos del régimen concretaban esta cualidad en la curiosa y rimbombante declaración de que «España es una unidad de destino en lo universal». La nación reducida a un concepto híbrido entre biológico y mítico al que no se puede renunciar.

Evidentemente no hay marca comercial en la que uno nazca y a la que se pertenezca sin apenas opción de cambio (creo que ni siquiera un equipo de fútbol es tan excluyente) y esta obligación establece una diferencia crucial. En resumen, tenemos cualidades comunes entre el concepto de marca país y otras marcas comerciales o institucionales, pero también un rasgo diferencial que proviene de:

  • Una mayor implicación del individuo objeto del marketing en el caso de marca país, que forma parte de alguna manera de la propia marca o de otra marca antagónica.
  • Una mayor intensidad de la respuesta individual por el carácter emocional imprimido durante toda la vida y reforzado socialmente de manera continuada.

Por lo demás, tanto el carácter emocional o irracional como el aspecto transaccional de coste beneficio, es compartido con cualquier tipo de marca y con cualquier tipo de marketing.

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La marca como contenedora de tópicos. Diseño para camiseta de Kukuxumusu

Sin embargo, esta mayor identificación personal y esta mayor intensidad de la respuesta va a suponer que si de normal ya es difícil llevar el marketing al terreno racional, porque ni la percepción ni la emoción lo son -por definición- con mayor motivo el marketing que pueda realizarse en el campo de la marca país va a necesitar apelar menos a la razón y más a las emociones.

Por eso las herramientas han de trabajar más en ese campo, tanto hacia los propios nacionales, reforzando su sentimiento nacional positivo, como hacia los foráneos, tratando de vender determinados campos cualitativos donde la venta de la marca país a extranjeros sea posible. Se establecen pues dos campos de proyección con dos objetivos diferentes.

El mercado interior, formado por los nacionales y cuyo objetivo es reforzar la identidad nacional, llenar de contenidos la pasión hacia lo propio y hacer que pertenecer a un determinado país sea motivo de orgullo. Esto es lo que se llama sentimiento nacional, pero no siempre es un sentimiento cubierto al 100%.

Escándalos políticos o institucionales, una situación de depresión económica o una serie de fracasos colectivos, que van desde lo económico hasta lo deportivo, pueden debilitar seriamente la identidad nacional que perdería fuerza en relación a otras identidades nacionales que aprovecharan esa debilidad. Por tanto, uno de los caminos para reforzar una marca país pasa por desarrollar acciones de comunicación y marketing interno bastante importantes.

El segundo campo de proyección es lógicamente el exterior, pero con la habilidad de encontrar los aspectos cualitativos que apuntábamos arriba que permitan compatibilidad con los valores de otras naciones y que los nacionales de otros estados podrán comprarnos.  No se puede intentar poner en valor las cualidades definitorias de otros países si las nuestras no son más reconocidas a nivel internacional . Hay que concentrarse en aquello que nos diferencia y nos da valor.

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Los símbolos de la identidad: la paella, la sangría y la fiesta

Lo que diferencia y da valor

Durante años España ha utilizado muchos iconos representativos que supuestamente aportaban un valor de reconocimiento, pero no necesariamente de valor. En términos actuales, esos iconos aportaban notoriedad pero no reputación. Se cumplió acertadamente con el valor diferencia y el eslogan Spain is different resumía espléndidamente esto.

Pero muchos de esos valores diferenciales no eran tales. Dos ejemplos. Los toros, la llamada fiesta nacional, suscita claramente más rechazo que atractivo y el reducido porcentaje de atracción que despierta fuera de España no coincide con el sentido por sus seguidores autóctonos (5).

En el paquete de prejuicios que veíamos antes, podemos añadir cosas que directamente son un lastre o pesan en contra. La idea de la chapuza, de que las cosas no se hacen de manera exquisita y que la cultura popular atribuyó al mérito de la improvisación y el destello de la creación. Los españoles son creativos, no planifican porque quienes planifican no tienen la chispa del arte. Así el defecto se proyecta al revés en los cabezas cuadradas germánicos, por ejemplo o en otras naciones que carecen de creatividad.

Todo completamente falso, no haría falta decirlo. Otro ejemplo de valor diferencial español, la siesta. La siesta se ve fuera como una demostración de un pueblo improductivo y holgazán. Algo que desde dentro se ve como un bien apreciable, ajustado a las coordenadas de latitud y temperatura, que los médicos recomiendan por ser un descanso altamente saludable y a la que algunos expertos atribuyen un incremento de la productividad.

Propio de un pueblo -dirían fuera- que siempre busca la fiesta, otro gran valor diferencial que ha conseguido incluso exportar el término a nivel internacional. La siesta, en realidad, proviene de un mandato de San Benito de Nursia, fundador de la orden de los benedictinos en el siglo V, quien impuso para sus monasterios la norma de descanso en la hora «sexta» -a mediodía- y de ahí la palabra y costumbre de la siesta.

La leyenda negra tradicional se junta a determinados rechazos que -por reacción-  hacen que se estimule el orgullo nacional. El mismo valor puede tener dos caras, una positiva, otra negativa. La planificación anglosajona se ve como limitante de la creatividad, pero al tiempo se reconoce como fórmula de éxito a la hora de hacer cosas.

La creatividad latina se ve también como un limitante pero se aprecia su encanto, su riqueza sus posibilidades. Como hemos visto, todo falso o casi falso, se trata de percepciones no de realidades. Hay chapuzas en todos los paralelos de la tierra y también hay calidad en todos ellos.

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Uno de los valores más identificativos y valorados de la gastronomía
española: el jamón ibérico de pata negra

Pero hay valores que no parecen tener doble cara y tienen suficiente impronta para ser reconocidos siempre de manera positiva ¿Qué tal algo necesario para vivir y que puede ser disfrutado en su consumo? ¿Qué tal los alimentos?

Naranjas, una paella, un queso manchego, un gazpacho… productos identificativos y diferenciados, únicos. Y apreciados. Funcionan para delimitar la marca de un país pero cuando se intenta que constituyan la Marca País, tenemos engendros como Naranjito, de impacto y valor dudosos. La comida conecta con el instinto, con lo que se valora siempre. Por tanto ayuda a la marca, la conforma, la llena de color y sabor, pero no puede ser el único valor definitorio. O sí. Veamos dos ejemplos en dos países familiares.

Cuba es el tabaco. Hasta tal punto que decir habano es decir el tabaco de mayor calidad y reconocimiento. Pese al esfuerzo del país en las cosechas de azúcar o el turismo, Cuba no se conoce por estas cosas, no puede conocerse de modo sobresaliente porque eso lo comparte con otros y no se distingue especialmente. Pero el tabaco cubano… es el tabaco.

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100% tabaco, 100% Cuba

Francia tiene tantos valores identificativos que quizás esa riqueza y diversidad sean parte de su marca. Francia son quesos y vinos, aunque no sean los mejores o lo más conocidos, ambos productos se asocian a la marca país. Como se asociaba la alta tecnología que fabricaba en las empresas más populares de automóviles o fabricando el TGV, el Mirage, o el Concorde. La torre Eiffel hace más Marca País que casi cualquier otro monumento del mundo y quien haya visto una etapa del Tour de France por televisión entenderá que es Marca País en uno de los mejores y más eficaces Branded Content que se puedan imaginar.

Volvemos a España y nos detenemos en un valor diferencial de éxito que consiguió abrirse paso entre iguales y hacerse distintivo: el sol.

Un sol que significa vida, energía y disfrute con el que se asocia. Fue un logotipo asociado con diferentes campañas publicitarias de país que obtuvieron reconocido éxito tanto en el ámbito turístico como en general como reconocimiento de país.

A ello favoreció la utilización de marcas gráficas de artistas mundiales como Picasso o Miró que con aquel Spain, everything under the sun supuso un auténtico hito de comunicación. Muchos países tiene sol pero el sol de España ilumina un país digno de conocerse y de valorarse.

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Al margen de estos valores cualitativos, ¿puede medirse el impacto de una Marca País? El Instituto Elcano mantiene un observatorio de vigilancia de la imagen de España donde se pueden consultar encuestas y estadísticas muy reveladoras. Se aprecia en toda crudeza la crisis de confianza de la imagen de España en el exterior producida en los últimos 20 años y la percepción exterior del fin del milagro español de los años 80 y el regreso a una percepción de país «tradicional» y a un descenso en la reputación internacional del país.

El Índice Elcano de Presencia Global (IEPG) recoge de manera sintética datos que permiten monitorizar la imagen en el exterior de acuerdo a parámetros definidos, lo que permite realizar comparaciones y ver su evolución en el tiempo.

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Logotipo del observatorio internacional del Instituto Elcano. La Ñ como valor diferencial que hace marca

Conclusión y hoja de ruta

Todos estos ejemplos muestran una pauta. La Marca País se construye con aquello que solo nosotros somos o solo nosotros tenemos.

Marca es exclusividad y el valor de esa exclusividad. Puede ser un valor compartido con otros países pero que por alguna razón no compite o es entendido de manera singular e identificada. El esfuerzo de marketing enfocado a construir una Marca País debe desarrollarse en diferentes líneas de actuación:

  1. Lo primero a tener en cuenta es no confundir imagen con imagen gráfica o marca con grafismo. Son conceptos similares pero los segundos son solo representación de los primeros. Hay que advertir esta diferencia porque la experiencia enseña que coger el rábano por las hojas es lo más habitual. La Marca puede viajar en un medio externo, gráfico o simbólico, pero eso no constituye la Marca.
  2. La Marca es una idea, una emoción, una creencia y eso son cosas que viven única y exclusivamente en la mente de las personas. Por tanto la Marca País existe solamente en las personas, en sus ideas y en sus deseos. Aunque ahí resulte invisible, es tan sólida como indeleble.
  3. Consecuencia de lo anterior es que tenderemos diferentes Marcas País, tantas como grupos coherentes de personas identifiquemos. Ya hemos visto una primera división entre nacionales y extranjeros que dará pié a a una estrategia interna y otra externa. Ambas igualmente necesarias.
  4. Tendremos también diferentes estrategias de marketing en función de esos diferentes públicos a identificar y describir y lo que puede resultar más sorprendente, diferentes objetivos en función de esas estrategias.
  5. Pese a eso, lógicamente, habrá un objetivo estratégico común, que es el que hemos visto definido en los primeros párrafos de este artículo: mejorar la percepción de España en el exterior. Recordar que imagen es lo que se proyecta y sobre lo que podemos trabajar, aunque el fin que se persigue es mejorar su consecuencia, esto es, la percepción de los individuos y las instituciones extranjeras hacia España.
  6. No es posible mantener una política de promoción de la imagen de un producto o una empresa si el producto no es bueno, o la empresa presta un servicio insatisfactorio. No existe el marketing hipnótico ni hay mentira que pueda mantenerse mucho tiempo sin resultar contraproducente. La base de la imagen comercial es la confianza, que es simultáneamente en el producto y en quien lo vende.
  7. La realidad  es más fácil de comunicar, de hecho tiende a hablar por sí sola con una fuerza imparable. Una de las mejores acciones de marketing es conseguir que los productos respondan a la calidad deseada y que las cosas se hagan bien. Llevado al marketing de una Marca País esto significa reconocer los problemas y las debilidades y trabajar desde la base en soluciones y mejoras reales. Quien crea que marketing e imagen son sinónimos de maquillaje está muy equivocado.
  8. Recordemos que somos lo que somos, como nos vemos, como nos ven y como queremos ser. Una buena percepción se consigue en todos esos escenarios. Además de la realidad de base del punto 5 hay que trabajar los soportes de comunicación por los que somos vistos y los medios de información por los que nos vemos. Aquí es necesario unos niveles éticos, de responsabilidad y de autocrítica muy altos. No podemos dejar que el fin -lo que queremos ser- nos ciegue la verdad: eso sería un suicidio. Tampoco que la propaganda y el recurso a la consigna forzada, sin base ni conexión con las personas, no solo disminuya nuestra eficacia de comunicación sino que contribuya a hundirla. Sin sinceridad no hay marca que valga, ni nos creerán, ni lo creeremos nosotros mismos.
  9. El valor de los arquetipos es decisivo. A fin de cuentas es el material con que funcionan los símbolos y el poder que ejercen. Es imposible modificar la percepción sin utilizar esos mismos arquetipos que fijan la imagen que se quiere cambiar. Esto implica que el caso debe ser estudiado y analizado de manera rigurosa. Lo bueno de los arquetipos es que a menudo son neutrales y que sin abandonar el mismo pueden ser interpretados de maneras diferentes.
  10. La conexión con las emociones es clave porque significa identificación y motivación. Para obtener identificación hay que ser cercanos, verdaderos y acertados, tanto en la identificación de los públicos objetivo como en el la claridad y efectividad del mensaje.
  11. Para conseguir motivación hay que profundizar en el mensaje adecuado, alcanzar la palanca de los sentimientos que provocan una reacción al mensaje. Puede pensarse que una campaña de sensibilización tiene bastante con quedarse en la fase anterior y que no necesita llegar a la fase de motivación. Error. Si no hay motivación no habrá ni voluntad ni recuerdo y perderíamos la carrera solamente a metros de la meta. La motivación debe tener como finalidad que las personas destinatarias del mensaje deben no solo reconocer la imagen de España sino asociarla de manera espontánea y automática con el objetivo de proyección deseado.
  12. La percepción exterior positiva de un país sirve a dos motivos: uno de tipo estratégico y otro de tipo comercial, pero éste es el importante. Si nuestros productos son reconocidos como valiosos o de calidad, todo lo demás vendrá rodado. El éxito comercial se traduce en riqueza para el país, lo que no sólo cumple con todos los objetivos sino que favorece la riqueza y el bienestar de los nacionales del país, que debería ser el objetivo principal de cualquier gobierno.

Estos 12 puntos son un ejemplo de lo que podrían ser los principios de una hoja de ruta en el objetivo de obtener una buena Marca País al margen de consideraciones políticas e institucionales. Faltan algunos más pero hablamos de principios: tiempo y espacio debería haber para completar un análisis de mayor profundidad.

Se deberían utilizar dos grandes vías de análisis que que actuaran interrelacionadas.

La primera -la más cultural– viene del estudio de los símbolos y su interacción con las personas. Es territorio de antropólogos, historiadores, psicólogos y creativos. Tradicionalmente ha sido el campo de trabajo de estos últimos y de las condiciones y ocurrencias de los gobernantes de turno. La integración del análisis antropológico es sustancial para conocer y dar valor a los arquetipos y las creencias de los seres humanos que los incorporan y para conocer los mecanismos de percepción, identidad y culturalización.

La otra vía -la estructural– conoce de aspectos sociales e institucionales así como de los condicionantes de la estructura económica y del estado de la tecnología y en consecuencia de las políticas económicas que han de ponerse en marcha a nivel macro y micro. Es territorio de economistas, sociólogos, ingenieros, abogados.

Para finalizar, a todos ellos y a los interesados en el tema, la recomendación de un libro que algunos han comparado con La riqueza de las naciones de Adam Smith. Se trata de Por qué fracasan las naciones, de Daron Acemoglu y James Robinson.

La tesis de los autores es que la causa del éxito de los estados se basa en sus instituciones políticas, las cuales deciden sobre la base productiva al establecer un marco de referencia legal e institucional confiable. A su vez, esta base productiva eficaz realimenta dicho marco institucional y permite una estabilidad incremental que los economistas denominan algunas veces  como crecimiento virtuoso.

A destacar el concepto de «élites extractivas«, del que -quizás con otros nombres- ya habíamos oído hablar. Y hace mucho. El libro es un repaso a cifras y a historia, expuestos de manera elegante y coherente, aunque algunas de sus tesis presentan lagunas y existen abundantes opiniones críticas  sobre muchos casos reales donde no se cumple el modelo.

En todo caso, parece que unas instituciones políticas estables y fiables sería un adecuado comienzo para construir una buena Marca España.

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(1) Puede ser de interés la reflexión sobre como un cliente puede comportarse como un creyente y la potencia que un marketing así significa en el artículo «El marketing ocurre siempre en Shangri-La«.

(2) las palabras marca y marketing no tienen nada que ver pese a su similitud. Marca proviene del latín marca derivado a su vez del germánico marko, que se refería a la frontera, límite geográfico o margen, palabra esta con la que marca mantiene un visible parecido así como la más evidente de «marco». Los límites eran señalados o «marcados» con piedras, señales o emblemas, los cuales recibieron por derivación la misma palabra marca. La palabra inglesa marketing proviene del francés marché/marchiet y ésta a su vez del latín mercatus, lugar donde se comerciaba. Es curioso que marca defina lo que es una empresa o un producto y lo que lo distingue de otros, estos es, la frontera o el límite comercial con su señal correspondiente, al igual que lo que delimita un cuadro, una fotografía, una ventana o una puerta.

(3) Por nación solemos entender más el conjunto de las personas que habitan un país junto con su idiosincrasia y cultura. Por país se entiende más el espacio geográfico dotado de cultura propia y significado. Por tanto los utilizaremos aquí de manera equivalente, sin apreciar sutiles diferencias de interpretación que no son objeto de este artículo.

(4) Sobre la idea de nación y marketing puede consultarse el artículo «Tribu, nación, marketing«, el tercer ejemplo de idea fuerza descrito para ilustrar ese concepto.

(5) Encuesta de opinión sobre corridas de toros. Humane Society International.

Anuncio publicitario

Belleza, verdad y emociones: dos ejemplos distintos de publicidad

Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez;
la elegancia déjasela al sastre
.

Albert Einstein

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La buena publicidad es una interesante muestra de creatividad, análisis y emociones. Muchas son las aproximaciones y enfoques que pueden hacerse alrededor de la publicidad, desde el marketing o el diseño hasta la psicología, el derecho o la crítica artística.

Este articulo no quiere hablar de briefings, targets, CPM o clicks o distinguir si vamos al branding a a las ventas, si queremos ganar clientes o desplazar a la competencia. Lo que veremos en este artículo es un breve paseo alrededor del significado y  los símbolos en dos anuncios y como estos construyen imágenes en la mente de los espectadores de la actuación publicitaria.

Un ejemplo simple que nos permitirá analizar – y espero que debatir- la diferencia entre dos spots publicitarios, un resumen interpretativo en torno a la cultura de sus mensajes, a la experiencia transmitida. Un enfoque humildemente antropológico que sirva para analizar las realizaciones concretas de una importante herramienta de comunicación empresarial y organizacional como es la publicidad y, en especial, la forma en que cumple sus objetivos.

A menudo confundimos una realización más o menos exitosa desde el punto de visto estético con un resultado eficaz desde el punto de visto operativo. La publicidad es algo dirigido a personas para  informarles y para motivarles al consumo. No hay publicidad sin personas en su origen ni personas en su destino final. Por tanto tenemos que reflexionar acerca de qué papel juegan aspectos tan subjetivos y determinados por la personalidad como son la estética y la belleza por un lado y qué papel juegan los aspectos racionales de la publicidad.

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Prestamos más atención a lo que nos gusta y eso hace que recordemos más la publicidad que resulta atractiva. La belleza en publicidad hace que se cumplan dos de sus requerimientos básicos: destaca y resulta memorable. Por eso puede parecernos chocante -y hasta deprimente- que un anuncio desacertado estéticamente o directamente horroroso, tenga un resultado efectivo en la demanda. Recordemos que la publicidad es un arma de combate final del marketing en ese campo de batalla que es la mente del consumidor (Ries&Trout) y una de las armas más utilizadas y con mayor potencial.

Ese potencial viene de su capacidad para impactar en los sentimientos de los potenciales consumidores y para generar una respuesta inducida positiva que se plasme en un comportamiento en línea con el objetivo de la campaña. En todo este discurso no aparece la palabra estética y si creemos que se incluye en el apartado de «impacto emocional» es sin duda porque, en general, tendemos a pensar bien.

En la práctica empresarial, la estética, la belleza, no es sino la forma que determinados esquemas de pensamiento asocian con la calidad, las cosas bien hechas y la genialidad de las actividades creativas y el arte. Y esta percepción es así incluso si utilizamos impresiones de realidades de la naturaleza que nos aportan una experiencia de belleza y que son utilizadas dentro de un anuncio, una fotografía, incluso un mensaje de texto publicitario. Llevado esto al ámbito comercial y a la categorización de los productos, añadiríamos que normalmente, la belleza supone un precio elevado y siempre superior a la media.

La experiencia de los compradores y usuarios así lo enseña, cuando comprobamos que lo bello, por razón del trabajo que emplea y sobre todo por su mayor demanda, suele ser caro. A lo que se añade por un pensamiento circular, que aquello que es caro debe ser también inevitablemente bello, porque el mercado ha juzgado que entre sus cualidades valiosas debe encontrarse la belleza. Habría mucho que hablar en torno a si la belleza implica exclusividad o puede darse en términos universales. Por zanjar el tema, podemos pensar que todas las rosas son bellas, pero que hay rosas más bellas que otras, porque las cosas tienden a tener una distribución normal… de ahí su nombre.

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Pero hay otro aspecto fundamental en la publicidad, no menos importante que el estético y este gira en torno a la verdad. El mensaje publicitario debe arroparse con una aureola de verdad, de verosimilitud. En la publicidad, como en los cuentos, a la verdad no se le exige que se corresponda con la realidad física o que se demuestre científicamente. La verdad exigida es la verdad de la coherencia del discurso. Por eso la palabra acertada que podemos utilizar en español es verosímil, que es diferente de verdadero:

verosímil.- que tiene apariencia de verdadero, creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad.

La verosimilitud está más próxima a la credibilidad que a la propia verdad. Es justamente la verdad de las historias, de los cuentos. Es algo que aparece como verdad o que es creíble, no algo comprobado y cierto. Pero además, en las coordenadas y marco de cada historia, hay cosas verosímiles que no tienen por qué ser verdaderas en el marco de la vida real. Sabemos que no es posible volar con una capa o que la vajilla no tiene ojos ni habla, pero eso no nos incapacita para conocer y recrear la historia de Superman o de La Bella y la Bestia. La verdad es interior a la propia narración donde resulta plenamente coherente. Más aún, es lo que le da cuerpo a la historia, la historia misma.

Detalle crucial es tener presente que esa coherencia interior no se produce exactamente en las lineas de un cuento o en los fotogramas de una película, sino en la mente de quienes los leen o las visualizan. Es la mente de cada persona la que dota a los elementos de una historia de coherencia y de verdad (1), la verdad propia de la narración. Por tanto, cuando vemos un anuncio de TV no juzgamos la verdad, tanto si nos lo presenta Papá Noel acompañado de unos elfos o el presidente de la compañía en su despacho real.

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La autenticidad no vendrá del hecho de que reconozcamos o no al actor que interpreta cientos de spots -aunque ayudaría no reconocerlo- o de que las demostraciones de producto sean reales o simuladas. La verdad de la publicidad es aquella que coincide con nuestra esquema de pensamiento, nuestro sistema de valores, nuestros deseos y nuestras frustraciones, nuestros sueños y nuestras aspiraciones. El sentimiento no comulga con los hechos sino con las creencias y por tanto juzgaremos la verdad de un mensaje de acuerdo a que vibre en la misma longitud de onda que nuestros deseos y no tanto en una tabla de comprobación neutral y aséptica.

Belleza, verdad… falta un tercer elemento crucial en una buena publicidad y que se deriva en gran medida del componente de verdad del mensaje: las emociones, los sentimientos, la capacidad de conmoción, la identificación y la motivación. En efecto, ¿qué valor tendría una publicidad que no fuera capaz de inducir un comportamiento determinado, sea una compra en la mayoría de los casos o una acción personal en el caso de publicidad social?

Las emociones conectan con la filosofía y el ser de la empresa y en esto radica el secreto de la identificación de un consumidor con una marca (2) al estilo de un devoto con su creencia religiosa. De ahí la utilización del sentimiento como argumento definitivo en un mundo donde las marcas son el referente de información en un océano de incertidumbre por parte del consumidor. La publicidad por tanto rescata la reputación de su marca en tanto en cuanto la inversión en experiencia de consumo y branding le ha aportado su principal y más valioso activo. Cuando una empresa vende sencillamente porque es quien es, independientemente del objeto o mercancía que venda.

Belleza, verdad, emoción… el trío ganador. Veamos ahora dos ejemplos concretos de anuncios y analicemos a la luz de estos 3 principios y del objetivo final que persigue la acción publicitaria: el mayor porcentaje de retorno de la inversión y la maximización del beneficio de la empresa. O del beneficio social si pensáramos en publicidad y marketing públicos.

Coca Cola es una auténtica factoría publicitaria que en su catálogo histórico dispone de una gran cantidad de anuncios relevantes de gran repercusión y recuerdo: no en vano fue y sigue siendo la chispa de la vida.

En su campaña de 2013 está emitiendo un spot de 1 minuto (3) que habla de la preocupación por la epidemia de sobrepeso de la población de las naciones occidentales. No especifica que sea en esta región del mundo pero se sobreentiende: aún hay regiones del planeta donde la gente muere de hambre y desnutrición, a ellos no se dirige el anuncio.

Ante la acusación casi permanente de que la coca cola es una bebida insana, llena de azúcares y sustancias perniciosas, el mensaje arranca rápidamente con una serie de cifras. Este mecanismo de la oratoria, conocido desde la antigüedad, aporta una sensación de veracidad al discurso y centra la atención del espectador. Uno descubre a los pocos segundos que el culpable del sobrepeso es el sedentarismo. La gente engorda -según el spot– porque no se mueve así que invitando a la gente a levantarse de la silla y a moverse, podrá reducirse el impacto de la enfermedad de la gordura.

Creo que es el momento de visionar el anuncio antes de regresar a su análisis. La comprensión de estos ejemplos mejorará mucho si se usa pantalla completa y sonido, por supuesto.

Entre otros elementos del mensaje, me gustaría destacar:

  • La música de fondo: infantil, coral, optimista… la chispa de la vida reinventada en cada ocasión.
  • En el anuncio se ve mucha gente joven realizando actividad física en multitud de entornos distintos.
  • Se ven muchos niños, muchos; y en planos próximos.
  • Solo aparecen 3 o 4 ancianos, aunque en movimiento. Apenas se ve gente de entre 35 y 70 años.
  • No se ve ni una sola persona obesa.
  • Sale una vaca.
  • Los datos que acompañan el relato de la voz en off se muestran a gran tamaño ocupando el protagonismo de la pantalla, lo que produce un cierto efecto hipnótico que fija la atención y aporta credibilidad en estado puro. Aparecen 5 porcentajes referidos al año 2030.
  • Se menciona que en ese mismo 2030 «los malos hábitos alimentarios seguirán extendiéndose» pero ni de lejos se puede uno imaginar que beber coca-cola sea uno de ellos.
  • El mensaje final no deja lugar a dudas: la marca ofrece 4 compromisos contra el sobrepeso y el sedentarismo, concluyendo por tanto que ambas cosas con lo mismo o una lleva a la otra.

Con todo, la frase reveladora, la síntesis de todo se refleja en una frase concreta, al finalizar la relación de cifras:

«Pero la única estadística real es que el 100% de las estadísticas las hacemos nosotros. Y las vamos a cambiar».

No sé si los creativos y los responsables de publicidad de Coca Cola son conscientes de las diferentes interpretaciones que puede tener esta frase, como esas figuras ambiguas que podemos ver a lo largo de este artículo  Pero después de ver alguno de los documentales independientes sobre la industria del azúcar y de como los principales productores de azúcar y de productos azucarados controlan el mercado y entre otras cosas, patrocinan la mayoría de estudios disponibles que demuestran las bondades del consumo de azúcar, el significado del anuncio cambia radicalmente. El nosotros del anuncio no somos nosotros, son ellos: las estadísticas las hace Coca Cola (4).

Por tanto, resulta tanto o más revelador la frase final del anterior anuncio, el de las sillas, que se repite también en esta ocasión: «¿Y si nos levantamos? Si os levantais habremos perdido..«, decían entonces. En este caso no hay duda, el nosotros son ellos, el poder. Así que si nos levantamos –we the people- a por una coca-cola, tampoco perderán tanto.

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La conclusión es que aunque el plano racional es secundario para la publicidad y el marketing, lo racional se puede convertir con el tiempo en emocional a través de un proceso de interiorización y asunción, exactamente igual que otro sentimiento que tuviera un origen irracional. Porque este mecanismo depende de que conecte con una idea-fuerza básica. ¿Y hay alguna idea-fuerza más básica que el instinto de supervivencia y de elegir un alimento bueno o uno pernicioso? Es decir, que podemos volvernos irracionales en el comportamiento a partir de un conocimiento racional previo y en el momento de juzgar una compra no lo haremos porque evaluemos un beneficio o perjuicio racionalmente, sino porque asumimos esa decisión como instintiva: se mantiene la ley de que la publicidad no necesita apelar al juicio sino a las emociones

Por tanto, un consumidor preocupado, responsable o que haya estado alguna vez bajo el mensaje de que el azúcar y las bebidas carbonatadas no son adecuadas para el organismo -y menos aún para los niños y jóvenes-  y haya interiorizado dicho mensaje, entenderá otra cosa en el anuncio que analizamos de lo que sus autores debieron querer. Especialmente si es una persona obesa o con sobrepeso, porque entonces casi con toda seguridad conocerá la prohibición de alimentos o bebidas edulcoradas y encima se sentirá culpable de su problema… ¡por no levantarse de la silla y moverse!

Y hemos hablado solo de azúcar, no hemos mencionado la cafeína -que sí que es un componente probadamente adictivo y con experimentables efectos fisiológicos- o de la oscura mixtura que compone el secreto de la elaboración de la coca-cola o del controvertido origen de su nombre y primera composición en base a la hoja de coca.

Decíamos de analizar otro anuncio, que se opone a éste en muchos aspectos. Es un anuncio que también llama a los sentimientos, a la pasión. Y a ideas fuerza tan poderosas como el placer, el disfrute, la felicidad… Es un anuncio reconocible porque es la repetición -opino que mejorada- de un anuncio anterior que fue un éxito de impacto y recuerdo hace varios años: ¿Te gusta conducir? Fue un anuncio modélico en muchos aspectos y como tal se estudió en escuelas de marketing. Esa pregunta era la única frase de aquel anuncio y ahora repite.

La única frase que puede escucharse en esta versión de 2013 es: «Parece que al mundo le gusta conducir  ¿Te gusta conducir?». El motivo de lo primero es una encuesta de reputación de marca a nivel mundial (6) donde BMW ha resultado la marca con mejor reputación (la más querida del mundo según aparece en un rótulo en el spot). La segunda es un guiño a la continuidad de un mensaje memorable.

Entre sus elementos a destacar:

  • La música, sencilla, atractiva, relajante y evocadora (5).
  • La mano como elemento protagonista, una mano en el que todos nos vemos representados porque todos hemos hecho ese gesto en un coche alguna vez y hemos experimentado la fuerza del viento levantando la mano (con la conexión a la infancia, otra poderosa idea-fuerza).
  • Las imágenes de fondo, sencillas, reconocibles, de lugares comunes, emblemáticos o arquetípicos.
  • El texto del estudio de reputación como único y suficiente dato de respaldo.
  • La frase reconocida y poderosa, evocadora en un doble sentido: por lo que dice y por lo que recuerda del anterior.
  • Apenas aparece la imagen de marca, solo al final en un segundo el logotipo.

Identifica la conducción con la marca, que se reconoce sin mostrarse. Así el espectador realiza el sencillo esfuerzo de aflorar la marca de su memoria y con eso se refuerza el recuerdo. Se demuestra así la efectividad de cumplir con la máxima de comunicación y diseño de que «menos es más«.

No hay nada fuera de coherencia en el mensaje del anuncio. Ni siquiera esas imágenes oníricas e imposibles, como la final de Cadaqués desde el mar. Todo conjuga con el verbo conducir y el verbo disfrutar. El mensaje dice la primera parte del pensamiento transmitido, la pregunta ¿te gusta conducir? El espectador se da a sí mismo la respuesta, que no necesita palabras. Desde el punto de vista simbólico, el anuncio es de nota.

Por supuesto no hablamos de como las marcas pueden manipular o jugar con los sentimientos, ni de la calidad de los productos, ni de los accidentes de carretera o de como ciertos bienes son utilizados como señal de estatus social… hablamos solo de símbolos transmitidos por un spot que, como este, apenas dura 20 segundos. Tampoco descartamos una marca o producto como en el otro caso analizado, si el consumidor lo elige informada y libremente y lo disfruta con la misma intensidad y satisfacción que cualquier otro. En los dos casos analizados hay un trabajo creativo más que notable y hay que reconocer el alto nivel de análisis previo y de ejecución. En ambos hay una estética remarcable y una conexión muy fuerte con los sentimientos, dentro de la mejor publicidad. La cuestión a dirimir es qué pasa con su significado y como son capaces de convencer y motivar.

Hablamos de símbolos y de publicidad. Donde la verdad, como hemos visto, es en realidad verosimilitud, creencia y sentimiento.

Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí.
 José Martí

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(1) Los interesados pueden repasar la mayoría de estas ideas en el artículo sobre Storytelling: vender es contar una historia.

(2) Id. en el artículo de El marketing ocurre siempre en Shangri-La

(3) El anuncio descrito en el artículo es la continuación de una serie sobre el mismo tema («¿Y si nos levantamos?») cuyo primer referente es el anuncio de las sillas, que puede verse aquí.

(4) Programa sobre el azúcar en «La noche temática» de La 2 de RTVE. El investigador francés Serge Ahmed descubrió casualmente, mientras realizaba un estudio sobre el efecto de la cocaína en ratones, que el azúcar del alimento de control del experimento, tenía mayor efecto sobre la dopamina de los animales que la propia droga investigada, de manera que los ratones se volvían azúcar-dependientes y entre un 80% y un 90% de la muestra del experimento preferían el agua azucarada a la cocaína.

(5) Para los interesados en la música del spot de BMW, pueden escuchar el tema completo aquí (Icaria – La Crem).

(6) El estudio ha sido realizado por el Reputation Institute (enlace en español) y recoge los datos de más de 55.000 encuestas en todo el mundo.

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El color rojo vende más, el azul ayuda al acuerdo

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Por lo que se sabe, los seres humanos pertenecemos al grupo de animales dotados de una serie de órganos sensoriales y sistemas nerviosos capaces de discriminar longitudes de onda en la luz visible, es decir, que somos capaces de ver colores. Llamamos colores a las diferentes impresiones -reconocibles y distinguibles- de esas longitudes de onda.

La importancia del color es fundamental para la vida humana y es seguro que podemos distinguir colores por una cuestión de supervivencia y que nuestros antepasados -como otras muchas especies- desarrollaron esta capacidad por resultar una ventaja en el mecanismo de selección natural. Aunque existen individuos que no tienen este sentido completo y pueden confundir tonos y colores, en especial verdes, rojos y marrones y otros que directamente ven en blanco y negro o escala de grises, el conjunto de la especie vive en un mundo de color.

La identificación de determinados colores con símbolos de comida o sexo y otros que reconocemos como señales de peligro, no se basa en razones místicas o legendarias sino en una elaborada experiencia evolutiva que hemos heredado en forma de capacidad funcional y de cultura.

Precisamente dentro de la cultura el color rojo juega un papel destacado como símbolo, generalmente asociado a la comida, al sexo, a la vida, al fuego, a la fuerza y al poder. Entre los sinónimos del color rojo en español, destacan los de colorado y encarnado. No en vano el rojo es el color por excelencia, lo que explica esta primera acepción en nuestro idioma. Por otro lado, el rojo es el color de la sangre, vincula a la vida, a los alimentos apetecibles, a la lucha, a la carne, a la reproducción y por extensión al color de la fortuna y del poder, como entienden la mayoría de los sistemas culturales en el mundo.

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Esta hipótesis acerca de la importancia «akásica» del color rojo y su interrelación con el ser humano ha sido demostrada en múltiples ocasiones, como es el caso de un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Rochester en New York , que  fue desarrollado por el profesor Andrew Elliot y publicada en el Journal of Experimental Psychology.(1)

La investigación llevada a cabo en este estudio viene a concluir que cuando los humanos vemos el color rojo reaccionamos en general con más velocidad y fuerza. Se trata de una reacción completamente inconsciente. Según Elliot, dicha reacción viene asociada a la detección de un estimulo de amenaza y peligro, es decir, que cuando las personas percibimos el color rojo nos ponemos en alerta y el cuerpo reacciona en consecuencia, preparándose para la lucha o la huída.

Esta llamada al músculo, que realiza el color rojo, tiene una cierta contraprestación fisiológica y es la de un relativo abandono de las funciones mentales, la memoria, la inteligencia y la reflexión. Como recordaba en el artículo acerca de que escribir las preocupaciones antes de una prueba aliviaba el nivel de estrés, el pensamiento es enemigo de la acción y los recursos del cuerpo se vuelcan hacia la acción necesaria. El color rojo causa estrés, con lo bueno y lo malo que ello implica.

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Otro aspecto no menos importante del estudio es la comprobación de que la influencia específica del color rojo depende del contexto y es especialmente relevante en las relaciones con los demás. El rojo aumenta el contenido emocional, lo que puede derivar en una ventaja específica en el conflicto o las negociaciones y también, y por la misma causa, en la atracción sexual. En efecto, el rojo hace vender más, ya que se identifica a un vendedor que lleve algún identificador rojo como una persona más expansiva, influyente y poderosa y por todo ello, con más poder de convencimiento y persuasión.

En cuanto al plano afectivo o sexual, el rojo hace ver a la pareja más interesante y pasional y por tanto toda persona que quiera triunfar en este campo de batalla haría bien en incorporar algún elemento rojo más o menos extenso en su indumentaria o cosmética.

De este modo entendemos mejor el éxito del carmín en unos labios, de los «coloretes», de los pañuelos o las corbatas rojas, incluso de la reacción inconsciente del rubor. Nuestros primos los simios utilizan este código de comunicación cromático anclado en sus genes y los nuestros no andan muy lejos.

Y esto revela un aspecto muy importante de la influencia del color: se trata de un mecanismo inconsciente, más biológico que cultural, lo que aporta infinidad de matices y oportunidades a este fenómeno de condicionamiento.

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Es bien conocido el poder del color que se manifiesta en los logotipos de empresas y organizaciones y que resulta uno de los elementos más decisivos que componen estas marcas. Al poder de la bandera, de la enseña -que une y fortalece- se une la específica del color, que en el caso del rojo, dota a la enseña de un valor simbólico adicional.

No es casualidad que el rojo forme parte de la mayoría de las enseñas nacionales del mundo. Suele decirse que representa la sangre de los héroes que forjaron o defendieron la patria, pero la realidad es que el rojo es un color de poder e influencia por lo que hemos visto: más del 66% de las banderas nacionales del mundo incorporan en mayor o menor medida el color rojo y en nada menos que 35 el rojo ocupa entre la mitad y la totalidad de la enseña o la comparte con solamente otro color, en general blanco o negro.

Un ejemplo curioso de empleo del color rojo lo dan los directivos del Banco de Santander. Al color rojo intenso del logotipo de su empresa, ellos añaden el de sus corbatas, que tienen la misma tonalidad e intensidad. No se trata de una imposición de uniforme ni aparece en ninguna instrucción escrita, pues como las mejores manifestaciones de la cultura empresarial, no la necesita. En el caso de su presidente, esta conocida obsesión por el rojo le ha llevado a otros extremos, entre los que se incluye el patrocinio de una conocida escudería de fórmula 1.

Miembros del equipo de alta dirección del Banco de Santander en el Investor Day. Fuente Cinco Días.

Miembros del equipo de alta dirección del Banco de Santander en el Investor Day. Fuente Cinco Días.

Otro estudio aporta evidencias en el mismo sentido y confirma con rotundidad la hegemonía del color rojo. De acuerdo a una investigación publicada (2) hace unos meses en el Journal of Consumer Research de la Universidad de Chicago, el color rojo afecta a los compradores haciéndoles más agresivos y competitivos, empujándoles a tomar más riesgos y a pagar más por los productos que compran, especialmente en competencia -hay bastante de agresividad animal en esto- contra otros postores. De este modo, el color rojo sería el más indicado para las subastas en eBay y otros servidores de compra venta ya que conseguiría pujas más altas.

El rojo es el color que llama con más fuerza nuestra atención y el que con más profundidad penetra en nuestro inconsciente. El color de las alertas, del peligro y de la pasión, el que más nos influencia. Y por si esto fuera poco, es el color que más nos induce a la acción. La conexión con el marketing y la comunicación es, por tanto, tan obvia y directa, que poco más habría aquí que añadir: el rojo moviliza y vende más y que cada cual saque sus conclusiones en sus negocios y actividades.

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Pero entonces el resto de los colores, ¿no vende? ¿ha de evitarse la utilización de verdes, morados, anaranjados, amarillos o azules cuando estamos tratando de convencer a un comprador o cerrar una operación comercial? ¿No llegaré con la misma intensidad a mis clientes o público objetivo?

Dejaré para otra ocasión un análisis detallado del color, sus significados y utilidades, asunto en el que abundan expertos en el mundo de la psicología y el diseño. Instintos aparte, cada color, incluso cada tonalidad en cada color, transmite significados diferentes -y a menudo muy definidos- en función del contexto, de las personas y del código cultural dominante. Además de esta consideración contextual básica, me gustaría aportar un pequeño detalle que equilibre o al menos siembre la duda, respecto a la predominancia del color rojo como el desideratum en el mundo del marketing.

Para empezar, la agresividad puede llevar a impulsar transacciones pero puede también producir que otras se bloqueen o resulten imposibles. En todas las situaciones donde el comprador necesite sentirse cómodo o relajado, el color rojo ayudará poco y por el contrario, los colores asociados a la serenidad como los azules o los verdes serán de más utilidad Del mismo modo decisiones que tengan que ir acompañadas de reflexión en igual o mayor medida que de emoción, agradecerán los tonos azules.

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Hace varios años, una encuesta llevada a cabo por la empresa TNS mostró que los españoles preferían de manera abstracta y en general el color azul, por el que se inclinaba un 39% de las personas encuestadas, seguidas del rojo con solo un 19% y del verde con un 12%. Curiosamente, esta preferencia por el azul es bastante universal.
Un estudio llevado a cabo por MSI-ITM International en colaboración con la empresa Cheskin y titulado “Global Market Bias -Color» preguntó por sus preferencias cromáticas a  13.000 personas de 17 países y llegó a similares conclusiones. El azul es el preferido del mundo en todos los países donde se llevó a cabo la encuesta, estudio que por otra parte pretendía establecer pautas globales de preferencias de colores según tipos de producto y de consumidor.
Aunque se detectaron algunas diferencias por países y por tramos de edad, el azul ganó en casi todos los segmentos considerados, apreciándose una curiosa tendencia por el negro en determinados estratos de edad, sexo y cultura y una preferencia sesgada en determinados productos por otros colores como el blanco, el rojo o el verde.
Todos estos estudios muestran las identificaciones icónicas y simbólicas de los colores, cambiantes pero con tendencias estables y que son de un enorme interés para las compañías que distribuyen productos a nivel mundial para identificar gustos y símbolos tanto a nivel global como regional o local. (3)
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El azul induce a la reflexión y a la calma y por tanto es un color perfecto cuando se trata de negociar equilibradamente y de alcanzar acuerdos. Donde el rojo representa las emociones ligadas al peligro, la agresividad, la competitividad o la pasión, el azul se identifica con el aire libre, el pensamiento y la razón, la empatía, el mutuo beneficio y el futuro, factores todos ellos que contribuyen al acuerdo.
Pero claro, un elemento del marketing y el diseño tan destacado como es el color, se presta a que existan autoridades dentro del mismo. Y por si lo quieren saber, una de las autoridades en este campo, Pantone LLC, ha anunciado que el color oficial del año 2013 es… el Esmeralda 17-5641 . Claro que pocos sabrían que el del año 2012 fue el Tangerine tango 17-1463…
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(1) Color red increases the speed and strength of reactions. Andrew Elliot. University of Rochester.

(2)  “The Effect of Red Background Color on Willingness-to-Pay: The Moderating Role of Selling Mechanism.” Rajesh Bagchi and Amar Cheema. Journal of  Consumer Research. February 2013.

(3) Aquellos interesados que quieran participar en una encuesta mundial sobre colores, pueden dirigirse a esta dirección de Color Matters, una iniciativa de la profesora y consultora en colores, Jill Morton.

 

El marketing ocurre siempre en Shangri-La

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Si preguntáramos a la gente de la calle qué entiende por marketing, al margen de definiciones de manual, en la mayoria de los casos obtendríamos respuestas que tienen que ver con las ventas, del tipo: algo que hace que aumenten las ventas, una técnica que hace que la gente compre más, algo que hace vender lo que las empresas producen, un sistema para poder llegar a más clientes, una herramienta para difundir el trabajo de los profesionales a personas o empresas que pueden contratar sus servicios… siempre hay una conexión, una información de lo que hace el vendedor en forma de producto o de servicio y una forma de promoción sobre un público cliente potencial.

El vendedor quiere vender, en esto no hay la menor duda, pero ¿qué es lo que quiere el comprador?

Decir que el comprador quiere comprar no responde la pregunta. Comprar es solo un primer paso hacia el objetivo verdadero, como conseguir un boleto de lotería en relación a ganar el premio gordo.  En el detalle y explicación de este objetivo, en conocer la verdadera respuesta a la pregunta que inicia este párrafo, está la clave del marketing. No hay venta que no sea una compra, el proceso de venta es simultáneo y en él coinciden dos deseos contrarios, paradójicos, que alcanzan un pacto, un equilibrio, una ecuación llena de incógnitas que calcula una igualdad en cada transacción. La empresa quiere vender y obtener una ganancia, el comprador desea una cascada de cosas que apuntan a una sola, resumen y síntesis: la felicidad.

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Pintura Kalachakra (Rueda del tiempo) del monasterio Sera (Tibet, colección privada).

Exista o sea solo un desideratum imposible, no hace falta definir la felicidad, todos los seres humanos la intuyen de manera instintiva y cada individuo siente internamente lo que la felicidad es o puede ser para sí mismo. La felicidad no es un estado alcanzable, y si alguien lo consigue sabe que no es algo que perdura o que pueda conservarse o explicarse siquiera. La felicidad no se sabe, se siente. Conocemos algunos sucedáneos: la alegría, el placer, el bienestar… y filosofamos sobre si estas sensaciones son en realidad lo más parecido a la felicidad que podemos conocer. La felicidad es a fin de cuentas, aquello a lo que todos aspiramos sin cesar, lo que mueve todos nuestros actos, los más sencillos y los más complejos, los motivados por necesidades objetivas o los que se realizan por caprichos insustanciales.

Al igual que las leyes de la física, la felicidad no se ve pero se conoce por los efectos que causa y a los que nadie escapa. Aunque sea diferente para cada persona, la felicidad, como la gravedad, a todos mueve y a todos somete. Lo sepamos de manera consciente o no, la felicidad es la emoción que más se busca y que, como un imán irresistible atrae nuestros deseos y nuestra conducta. Y este efecto es constante y universal. Y quien piense que no puede medirse, sólo ha de dar tiempo al desarrollo de las neurociencias.

¿Qué busca por tanto el comprador? En realidad todo acto de compra, de apropiación, busca alcanzar la felicidad, ya sea un paso en esa dirección o un viaje más largo. Nadie compra nada si no le hace feliz o supone una promesa de felicidad, si no es algo correcto desde el punto de vista de sus deseos, donde el cumplimiento de la moral de cada uno es también un deseo.

Los deseos quizás sean una trampa que encadena los seres a la falsedad del mundo, como creen el hinduísmo, el budismo y el taoísmo, pero los deseos son también intentos impulsivos del ser por alcanzar la plenitud, la felicidad, el nirvana, el camino a al cual la doctrina enseña que se produce a través de la sabiduría y la iluminación. Pero en el mundo de las necesidades -y eso es la economía, la forma de satisfacer las necesidades- los deseos son los que mueven el mundo, deseos que se materializan en algo parecido a las manzanas que Newton vió caer, revelando una ley especial de la gravedad -la de la voluntad- más allá de cualquier ciencia: la búsqueda de la felicidad *(1).

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Nikolai Roerich – Николай Рерих

El enfoque de la venta cambia de manera importante si lo vemos como el proceso por el que facilitamos al cliente una aproximación a la felicidad, una pequeña o gran dosis de satisfacción presente o futura. Lo que no hace felices a los clientes, no vende, así de simple. Lo que explica también por qué una experiencia de compra satisfactoria requiere de amabilidad y sonrisa por parte del vendedor, adoptando esta «sonrisa» la forma que más convenga, ya que resultaría contradictorio comprar felicidad a alguien que no muestre o comparta esa felicidad.

Es fundamental tener en cuenta que el comprador conecta el proceso de decisión y compra con la consecuencia esperada de la compra, recompensa que se convierte en obtención de felicidad. Y esa conexión sucede en un lugar y tiempo en que ambas cosas -lo comprado y el disfrute- coinciden.

Dicho de otro modo, cuando una persona se prueba un traje en una tienda y se mira en un espejo, en realidad no está en esa tienda ni delante de ese espejo. Aunque no lo parezca se encuentra en un tiempo y lugar en que ese traje le hará feliz: en una fiesta, en una cita, en un acto social, en una apasionante aventura o triunfando en los negocios. Y si mientras se mira o se prueba el traje pregunta que cómo le sienta, en realidad indaga acerca de cómo se le verá entonces mientras él experimenta como se sentirá en esa situación. Porque en realidad no se mira en un espejo de cristal sino en uno de emociones.

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Y la misma disociación espacio temporal se da en el caso de la compra de un coche, de una casa, o de un viaje de vacaciones. No hay que tener mucha imaginación para visualizar donde está realmente -en alma y mente- alguien que está comprando una moto o una bicicleta, unas zapatillas deportivas o un billete de avión.  Y la misma conversión es aplicable a actos de compra menos ligados a la satisfacción personal, incluso actuando como agente de terceros en compras B2B, por lejanas que parezcan a una situación de felicidad individual. Un profesional, un gerente, un responsable de compras, quieren cumplir con su deber, satisfacer a sus jefes, triunfar en un negocio, ascender en el organigrama, ganar prestigio, etc.

Se entiende así mejor el éxito de determinadas marcas que han conseguido fidelizar a muchos de sus clientes hasta el punto de convertirlos en seguidores entregados, los llamados brand lovers. Lo que esas marcas han conseguido es transmitir una idea de felicidad de compra que no es el resultante del producto o servicio concreto sino de la marca en sí misma, de modo que cada novedad deviene necesariamente en un aumento de la felicidad de sus fans (fan viene de fanático). El mecanismo genera una recarga de los deseos en cada nuevo anuncio y hace visible un fenómeno de verdadero adoración por los desarrollos tecnológicos y comerciales de la marca.

Uno de los ejemplos más utilizados de este tipo de fidelización devota es el de los seguidores de Apple a quienes sus críticos suelen equiparar con una especie de secta. Y así parece ser, en efecto, como cree demostrar un análisis basado en resonancia magnética (TRM) que aparece el documental de la BBC emitido en 2011, Secrets of the Superbrands *(2). El análisis de TRM muestra que la visión y exposición a imágenes de productos de Apple activa en los seguidores de la marca (seguidores, no meros usuarios, aclaro) las mismas zonas cerebrales que se activan en creyentes a consecuencia de la visión de imágenes religiosas. Es decir, que la experiencia de fidelización de marca es -en términos neurológicos– indistinguible de la experiencia religiosa. No hacía falta recurrir a la neurociencia porque es bien conocido que quien durante mucho tiempo ha practicado plenamente el marketing de la felicidad futura han sido las religiones.

No en vano la fidelización busca convertir a los clientes en clientes «fieles» -misma denominación que los miembros de una iglesia- y la fijación cuasi mística en una marca o un producto se denomina «fenómeno de culto«. Si ver una película o adquirir un pequeño objeto ya nos aporta felicidad y una gota de trascendencia, ¿qué no hará la fe y el cumplimiento de la doctrina si pensamos que la recompensa será nada menos que la felicidad eterna?

¿Felicidad? ¿Eternidad? ¿Por cierto, no íbamos a hablar de Shangri-La?

La sabiduría o la moraleja a recordar que pueda tener este artículo viene ahora, como premio agradecido a los amables lectores que hayan alcanzado este párrafo. Porque todas las compras y toda la culminación exitosa del marketing ocurre en un tiempo futuro indefinido, en un lugar llamado Shangri-La. Así que mejor conocer donde se encuentra este sitio -si alguno no lo conoce todavía- por las consecuencias directas y permanentes que este hecho tan exótico y poco divulgado puede tener sobre empresas, organizaciones y la sociedad en general.

Para los que no lo sepan o no lo recuerden bien, Shangri-La es el nombre de un lugar ubicado en algún remoto e inaccesible valle del Himalaya, donde el clima es perfecto y las personas viven en total serenidad y plenitud. De hecho tales condiciones mantienen a las personas a salvo de enfermedades y las vuelve inmortales, sabias y felices. El núcleo de Shangri-La es un monasterio regentado por sabios lamas y es también el nombre de la ciudad a su alrededor, del valle o del reino que forma: algunos detalles sobre el lugar son tan brumosos como los picos que lo rodean.

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En efecto, Shangri-La es el paraíso terrenal, un lugar utópico donde no existe el dolor y reina la felicidad. Como otros muchos lugares similares, El Dorado, Utopía, la Fuente de la Eterna Juventud, Rivendel, Agharta o Shambhala, leyenda ésta en la que está inspirada directamente Shangri-La. Un sitio almacenado en la colección de los arquetipos más anhelados del espíritu humano, el ansia por la inmortalidad, el lugar de la felicidad y la plenitud, el paraíso perdido.

Quien quiera saber más, puede echar un vistazo. Este lugar mítico e inalcanzable aparece en la novela «Horizontes perdidos» (Lost horizon) que James Hilton publicó en 1933 y que alcanzó fama mundial por la película del mismo nombre, Lost Horizon estrenada en 1937 y dirigida por Frank Capra. La película tuvo un remake musical en 1973 que aunque mantuvo la trama y muchas escenas plano a plano, no tuvo críticas demasiado favorables *(3).

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«Horizontes perdidos» y el mito de Shangri-la tuvieron un gran impacto en la sociedad de su época, una sociedad que había padecido la Gran Guerra y la gran Depresión y que aspiraba a un futuro lleno de utopías, algunas de las cuales estaban llevándose psicóticamente a la práctica en Europa en aquellos años por la vía del terror y la pesadilla. Muchas residencias, naves e instalaciones fueron bautizadas Shangri-La, como si de una bendición se tratara. La residencia habitual de vacaciones del Presidente de los Estados Unidos, conocida hoy en día como Camp David, fue inaugurada por Franklin D. Roosevelt en 1942 con el nombre de Shangri-La, denominación que mantuvo hasta que a finales de la década de 1950 el presidente Dwight Eisenhower lo cambió al nombre actual, en honor al de su padre y su abuelo.

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Residencia presidencial de Camp David (antes Shangri-La) en Maryland (USA).

La historia es así de paradójica. Un lugar fantástico y de leyenda dio nombre a uno bien terrenal en el que han residido todos los presidentes norteamericanos desde 1942 y por el que han pasado la mayoría de grandes dirigentes mundiales y donde incluso se firmó en 1978 un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, firmado por Carter, Sadat y Begin que se conoció justamente como los Acuerdos de Camp David. Dos décadas antes hubieran sido llamados los Acuerdos de Shangri-La. Cosas del naming y de la historia.

En conclusión, hay que recordar siempre que llamamos venta a lo que en realidad es básicamente una compra y en todos los casos un acuerdo. Y nunca debemos perder de vista que el marketing va a suceder finalmente en un lugar especial donde el cliente entenderá nuestra oferta y dirá que sí porque espera que al comprar nuestro producto o servicio obtendrá una porción del paraíso, por extraña, camuflada, diminuta o efímera que pueda resultar esa porción.

Y persiguiendo esta transacción efectiva, el objetivo final del marketing será conseguir que el cliente perciba que nuestro producto o servicio le transmite felicidad, al menos la suficiente para que el acuerdo compense el coste incurrido y el precio pagado. Porque si nuestro producto o servicio no hace feliz a un cliente, puede haber un competidor que sí lo haga. Un cliente es fiel y vuelve a comprar o usar nuestros servicios a través de un mecanismo de refuerzo positivo de conducta y esa fidelidad es la que garantiza ventas e ingresos futuros. Ese refuerzo positivo se da gracias a experiencias satisfactorias que, en la mayoría de los casos de compra, no son instantáneas sino que se establecen a través de la conexión con un futuro indeterminado, pero feliz. Por buenas «P» que realice nuestro marketing, habrá una estrategia suprema que podrá decidir: la «F» de felicidad.

Hace muchos años trabajé durante un tiempo en un equipo de marketing de una gran multinacional. Al finalizar la jornada, el director de marketing siempre preguntaba a los miembros del equipo «cuanto habían vendido». Nunca era bastante, claro; y ya pueden suponer que en las temporadas de malos resultados la frustración y la desmotivación eran intensas. Mucho hubiera mejorado el ambiente y el ánimo de los vendedores y desde luego los resultados efectivos del equipo, si la pregunta hubiera sido acerca de qué o cuantos clientes habían percibido que nuestra oferta les hacía felices. Porque nuestra mayor preocupación no debería haber sido conseguir que los clientes firmaran pedidos de nuestros productos, sino persuadirles de lo felices que podrían ser con ellos. *(4) Y una cosa les habría llevado a la otra, antes o después.

Vender es una actividad que puede llevarse a cabo en casi cualquier sitio y durante un periodo de tiempo más o menos extenso; pero comprar es como hacer una foto: se compra en un instante decisivo. Y siempre en un lugar mental, no real. El camino no es fácil, requiere de voluntad y tesón. Pero sí se quiere vender, el vendedor debe posicionarse en el lugar, donde el comprador le espera y donde quiere ser feliz: porque el cliente siempre compra en Shangri-La.

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«Aunque los que tienen una afiliación especial puede realmente ir allí mediante su conexión kármica, Shambala no es un lugar físico que podamos encontrar en la realidad. Sólo puedo decir que es una tierra pura, una tierra pura dentro del ámbito humano. Y a menos que uno tenga el mérito y la asociación kármica real, uno no puede realmente llegar allí».

Tenzin Gyatso , XIV Dalai Lama
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*(1) Desde el punto de vista del pensamiento filosófico clásico, la idea de la felicidad es un campo inagotable. Referente básico es Aristóteles, pero resulta irresistiblemente atractivo el enfoque de Spinoza, así como los de Schopenhauer y Nietzsche, sin que eso suponga olvidar los de otros muchos pensadores cuya lista sería demasiado extensa para incluirla aquí. A nivel divulgativo existe una obra que tuvo gran éxito en su momento y aunque sus propuestas no coinciden con el enfoque o los postulados de este artículo, para quien no la conozca, o apenas la recuerde, siempre será un placer leer «La conquista de la felicidad» de Bertrand Rusell.

*(2) BBC- Secrets of the superbrands. Alex Riley explores the world of the superbrands – how they get us to buy their stuff, trust them and even idolise them.

*(3) Ambas películas tienen un interesante vínculo temático con otro film en apariencia poco relacionado: Cocoon (1985)  en un similar tratamiento del deseo de inmortalidad.

*(4) Puede ser interesante echar un vistazo el apartado sobre el lugar común que establecen narrador y receptor en el desarrollo de una historia, en referencia al lugar común donde se establece la conexión y el acuerdo que permite una narración, en el artículo sobre el Storytelling .

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Tribu, nación, ¿marketing?

(ejemplos de ideas fuerza corporativas, 3 de 3)

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Hemos visto en artículos anteriores dos ejemplos de ideas-fuerza corporativas, los casos de una organización (Greenpeace) y de una empresa privada (IKEA), que han sabido articular (o a los que podemos atribuir) poderosas ideas fuerza de carácter arquetípico en torno a su propia esencia y que han construido con ellas sus propias estructuras y dinámicas, haciendo participantes de dicho proceso a asociados y clientes -en un amplio sentido, a sus stakeholders y a la sociedad en general- a través de la impronta y la conexión emocional que han sabido materializar y que las personas en general han reconocido en dichas organizaciones.

Para acabar esta pequeña serie de ejemplos contamos en este capítulo con una idea fuerza presente en diferentes manifestaciones sociales y culturales, con trascendencia y contundencia en la política, que no suele dejar indiferente a casi nadie y que a todos afecta, en pequeña o gran escala, porque todos los humanos compartimos cosas, en particular una ciudadanía concreta. Vamos a ver una de las ideas fuerza más universal e instintiva, por mucho que se disfrace de peculiar y moderna: el nacionalismo o la energía de vinculación y pertenencia a la tribu.

El nacionalismo es un asunto suficientemente complejo y pasional como para resultar un tema de discusión inacabable y donde las opiniones y los datos al respecto pueden fluir sin límite. Las emociones tienden a desbordarse especialmente cuanto más irracionales e instintivas son. Las generadas alrededor de la idea de nacionalismo lo son sin ninguna duda y vamos a ver unas cuantas razones de por qué es así.

Advierto antes de empezar que este artículo no aspira a definir ni a categorizar nada y mucho menos a generar polémica o servir de plataforma a otra cosa que no sea una reflexión serena sobre este asunto en el ámbito de la antropología y el marketing, tratando de resaltar -o al menos a invocar en cada cual- las razones y las emociones que supone y como esas emociones no solo nos condicionan sino que sirven, al igual que en los otros dos ejemplos vistos, a la construcción de organizaciones y movimientos sociales notables que aprovechan y modulan -con mayor o menor éxito práctico- esta idea.

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La tribu de tribus

«El nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí.»

George Bernard Shaw

Es bien conocido que el ser humano es un animal social y que poco de nuestra especie quedaría hoy en día si en el transcurso de la historia y la prehistoria las personas no hubieran cooperado entre sí y se hubieran ayudado las unas a las otras mediante mecanismos de agrupación y apoyo mutuo. La familia, en primera instancia -entendida más como una manada que como el tipo de familia reducida que conocemos hoy en día- dio paso a una estructura de clan y este a la nación, a través del tiempo y de grupos que se han denominado de maneras diversas, como banda, horda o tribu. Simplificando bastante, podemos decir que nación más cultura es igual a etnia, nación más territorio es igual a país y nación más misticismo es igual a patria, la faceta más abstracta y emocional (y a menudo exigente) de la tribu.

No hay un consenso general en el detalle de esta tipología de grupos aunque todos coinciden en una progresiva evolución del grupo humano en la línea citada a través de la historia y en una progresiva sofisticación de roles, actividades y reglas, conforme las fuerzas y las actividades productivas se fueron desarrollando y haciendo más complejas. Podemos estar o no de acuerdo con que la historia de la humanidad es la historia de la cultura pero tendríamos que estar más de acuerdo, en cualquier caso, que esa historia cultural obedece a una historia económica -a una historia de como el ser humano ha organizado su supervivencia– que ha condicionado todo lo demás.

Conforme los grupos humanos se fueron haciendo más numerosos y complejos, fue apareciendo una estructura jerárquica, las normas, los mecanismos de control, el conocimiento de las cosas y la cultura que el grupo transmite, etcétera. Dos características definen a estos grupos; por un lado, acogen a todo el género humano, salvo excepciones muy singulares y por otro, el grupo se estructura a través de una vinculación que le es propia: bien mediante la relación genética -el poder de la sangre, de los genes- o también a través de la relación cultural y emocional, fijándose en este caso más que en el primero, mediante el uso de determinados signos y símbolos, auténticas herramientas de esta vinculación: la bandera, los totems, los grandes temas tribales, el folclore, las leyendas… una gran agrupación de memes relacionados, según el sentido apuntado por Richard Dawkins en «El gen egoísta».

El nacionalismo es la destilación cultural de esta línea de evolución social que proviene de lo más antiguo. Nación deriva de la palabra latina natio y esta de nasci, que significa nacimiento o nacer y por tanto está emparentada con otras palabras usadas en ámbitos bien diferentes como natal, navidad o naturaleza. Nación significaba los que han nacido juntos o de la misma línea de nacimiento y que por tanto comparten un origen común, un linaje. No hay en esta primera acepción referencia necesaria a un territorio o unas creencias, sino a una historia casi familiar. La idea de nación evolucionó y fue añadiendo elementos no ligados solamente al linaje sino también a la pertenencia y a la cultura, más en la línea de conceptos parecidos como el de pueblo o gente.

La palabra tribu es tanto o más interesante. En el lenguaje moderno, la palabra tribu se asocia con grupos humanos de carácter cazador-recolector, con características pre-neolíticas, conectadas con el pasado y en la mayoría de casos en trance de extinción o de absorción por la civilización moderna. En la periferia del mundo contemporáneo, podríamos decir. Pero la realidad etimológica no es exactamente esa.

El término tribu proviene del latín tribus, que hacía referencia a los tres origenes étnicos que convergieron en la fundación de Roma: latinos, sabinos y etruscos. Con el tiempo, la utilización de tribu se realiza en un sentido externo a la propia Roma y se considera tribu a cualquier grupo étnico con vínculos familiares amplios que viven en una área concreta y próxima entre sí, mientras que el término nación va apareciendo asociado a una agrupación de tribus de mayor nivel, algo así como una tribu de tribus. Es curioso remarcar que de la palabra tribu se derivan otras muy conocidas como distribuir -repartir entre las tribus- tributo, tributación -la aportación pecuniaria de las tribus o a la tribu- tribunos o tribunales -lideres tribales políticos o judiciales- lo que delata la importancia que para los romanos -y antes para griegos y pueblos de oriente medio- tuvo ese origen tribal que a su vez reflejaba un origen común de linaje, aunque fuera de carácter legendario.

La tribu, mejor entendida tras el párrafo previo, parece ocupar el lugar mitológico donde la civilización se fraguó, donde se inició la organización del estado, la ley, el ejército organizado, el derecho, las obras públicas, el conocimiento de la tecnología, la filosofía y la religión a través de los mitos y las leyendas. Es por tanto el punto donde la simbología del grupo humano toma cuerpo y adonde seguirá refiriéndose a lo largo del tiempo. Las águilas de los estandartes rusos o prusianos del siglo XIX, el águila vigilante símbolo del poder de los Estados Unidos en el siglo XX, se encadenan en una continuidad simple de ver en las águilas que coronaban los estandartes de las tribus transformadas en legiones romanas, por el mismo proceso que la cruz de Constantino, asimilando las tribus bárbaras de las invasiones del siglo III y IV d.C.  aparece convertida en cruces templarias, cruces de hierro o la estrella en forma de cruz de la NATO.

Las tribus y las naciones se entrelazan y evolucionan a lo largo de la historia pero se mantiene el vínculo cultural desde su origen, como por ejemplo, en el uso de la rueda y los carros y la tradición de juegos de azar de los pueblos arios de Asia central y la India, que cualquiera podría evidenciar en una ciudad en apariencia tan distante como la actual Las Vegas o como la influencia ancestral del ritmo y la música de los pueblos africanos se manifiesta en los principales movimientos musicales y culturales de América y del mundo entero miles de años después.

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Diferencia e identidad 

Volviendo a la idea de nacionalismo, una de las reflexiones importantes es acerca de si la nación es un concepto que refleja una realidad o describe solo una abstración inventada. Según pensadores como Eric Hobsbawn o Fernando Savater, es el nacionalismo (en concreto, quienes sustentan esta idea) lo que crea la idea de nación mientras otros la describen como algo existente y tangible, que actúa en sentido biunívoco con la voluntad de las personas. Sea una invención de los partidarios de la nación, sea el reflejo de una realidad difusa y compleja, la idea de nación se entiende actualmente de una manera híbrida, polifacética, como un núcleo informe y constante en el tiempo al que se pertenece por origen e historia pero también por adscripción cultural y por compartir determinados elementos de cultura y socialización, como por ejemplo el idioma (tesis germánica tradicional) o los ideales de civilización (tesis francesa y norteamericana).

La diferencia hace la identidad y la identidad construye la existencia. Por tanto, para existir, bien sea un organismo vivo o un organismo social, se necesita saber sin ambigüedad qué o quién es y esto necesita de una membrana, de una barrera, de una frontera que defina lo que es y lo que no es en términos claros de diferenciación. Ocurre lo mismo a nivel individual y está bien definido desde los tiempos de la filosofía clásica: «Conócete a tí mismo», decía el oráculo de Delfos. Porque otra peculiaridad del nacionalismo es que existe porque existen otros nacionalismos: un hipotético nacionalista aislado y singular, al estilo de Robinson Crusoe o Wall-e, no es posible, no puede existir.

Sin entrar en disquisiciones acerca de la biosociología, podemos trazar una similitud entre el aspecto biológico y el social a través del proceso identitario. Lo que la cultura convierte en el «nosotros» y en «los otros» es lo que una célula o un organismo considera propio o extraño, apelando no a razones de inmunidad bioquímica o genética sino sencillamente a un principio básico de ontología. El paso de la potencia al ser de Aristóteles, la voluntad de ser y existir, en el sentido de Schopenhauer.

El principio de identidad es por tanto algo tan arraigado en lo humano como el más importante de sus instintos sino el que más. Es la voluntad de ser, de desarrollarse, de sobrevivir, que en el ser humano se canaliza a través de diferentes instintos concretos como el de respirar, beber, comer, refugiarse, reproducirse o saber. Y esa es la razón por la que a pesar de ser uno de los principios más denostados, el nacionalismo tiene una fuerza enorme, casi tan grande como otra idea fuerza hermana con la comparte historia y poder: la religión.

El nacionalismo, en efecto, tiene una fuerza extraordinaria. Tanta fuerza parece tener cuando se pone en marcha que a menudo se le ha echado la culpa de los mayores males de los tiempos modernos. Considerada en occidente la heredera de la religión como causa principal de persecuciones, guerras y devastaciones, allí donde una cosa dejó paso a la otra. Un nacionalismo que ha sido visto siempre como una amenaza, como una irracionalidad, como cualquiera puede comprobar en declaraciones de pensadores y personajes célebres, tanto del pensamiento conservador como de las vanguardias más transformadoras. Para unos el nacionalismo es herejía, una desviación de lo ortodoxo, para otros una alienación peligrosa, una degeneración, un regreso a un pasado que nunca existió.

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La nación se hace en la lucha

«Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón.»
Arthur Schopenhauer

Luchar contra el nacionalismo, para los que piensan que el nacionalismo puede convertirse en una enfermedad de lo social, es más que difícil: es imposible. Y contraproducente. Porque el nacionalismo tiene otra peculiar característica: como una curiosa lente, nos hace ver con detalle y aumento el nacionalismo de los otros pero hace increíblemente invisible el nuestro, en particular sus aspectos menos agradables. Es fácil constatar como los defensores de la unidad de un estado contra la posible segregación de una parte del mismo, enarbolan con fuerza principios y modos del nacionalismo que presuntamente combaten, pero desde otra orilla, claro está. Aquellos que advierten de los innumerables desastres que han de producirse en caso de una secesión no manifiestan ningún asomo de temor ante la evidencia que su estado no está unido a otros con los que mantiene, «desde siempre», un sentimiento de rivalidad u hostilidad que impide avanzar ni un paso en un a hipotética confederación, por ligera que esta sea. Según esta visión de embudo, los hipotéticos beneficios de una unión con otros no compensan los evidentes perjuicios que supondría una pérdida de la soberanía y una entrega a «los deseos de los otros», justamente el argumento de sus propios secesionistas.

Las tribus siguen recelando unas de otras -es lo que les da vida- y la hostilidad se disfraza de humor o de deporte, pero continúa. La fuerza y el poder de una nación se hace realidad, se materializa. Da igual el objeto en que cristalice el nacionalismo y su engañoso mecanismo comparativo. Puede ser un idioma, un equipo de fútbol, las riquezas naturales, el folclore, la gastronomía, las fiestas populares o la idiosincrasia propia de los nacionales en cualquier asunto. Cualquiera de estas representaciones materiales es un totem, un símbolo físico de lo que somos nosotros que no son los demás, un identificador de la tribu respecto a otras tribus. El polo de atracción y condensación de la conciencia nacional. Y de orgullo, porque lo nuestro siempre es mejor. Lo mejor.

Por el principio de acción y reacción, toda fuerza natural suele enfrentarse a una fuerza contraria. En el caso del nacionalismo esa fuerza antagonista ha sido tradicionalmente, por delante del internacionalismo, el imperialismo. El imperialismo bien entendido, claro está. El que intenta llevar la civilización y los «valores verdaderos» a todos los rincones de la tierra, el que trata de coordinar naciones en su seno, el que traza una lengua y una ley franca común a los estados del imperio, el que trata de unir y conseguir la paz… aunque sea a costa de guerras justas y necesarias. Como fue en todos los imperios que en el mundo han sido, desde la Persia de Darío y Jerjes o el laborioso imperio romano, hasta el imperio británico de la reina Victoria, pasando por la España donde no se ponía el sol, el dominio mongol de Eurasia o las monarquías centenarias de Rusia y Austria-Hungría.

El problema es que la idea de imperio acaba resultando la de un nacionalismo hinchado y avasallador, que oprime en vez de armonizar y que es la causa de la proliferación de nacionalismos en su seno que se ven extraños en un corsé que a fuerza de crecer y congregar naciones, vuelve a estas más necesitadas de su propia identidad. Y qué decir si en ese proceso utiliza la fuerza o la coacción… El imperialista es un nacionalista venido a más y si un nacionalismo induce a otros -por el mecanismo de reflejo de identidad mutuo- un imperialista tiene ese poder aumentado.

La idea y el instinto de nación 

La verdadera alternativa al nacionalismo sería el no-nacionalismo, cuya mejor manifestación en el siglo XX podría haber sido la Organización de las Naciones Unidas, una especie de gobierno mundial, «Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas…» como afirma su carta fundacional.  Pero nótese que el nombre dice «Naciones», no «Estados», que es lo que realmente tiene representación en la ONU a través de sus gobiernos, de manera que la ONU no sirve exactamente para lo que fue diseñada, todo y que hay que reconocer que es mejor disponer de un foro de discusión que no tenerlo y que la labor que las diferentes agencias e instituciones de la ONU realizan en pro de la infancia, los refugiados o diferentes colectivos desfavorecidos es más que encomiable y así hay que hacerlo constar.

Hay que recordar, por si se nos hubiera olvidado, que el nacionalismo, como la religión, es solo una idea y no es una realidad física salvo en la mente de las personas. Eso no le quita un ápice de valor, al contrario, pero es necesario tenerlo muy presente porque a aunque la proyección icónica de una idea en el mundo real sea avasalladora, en todos los casos vemos una manifestación del pensamiento o la actividad humana, nunca la pretendida realidad que esa idea describe.

Hablamos de ideas y de creencias y por tanto no de ciencia, que puede analizar estas representaciones y los mecanismos que los generan, pero que establece una diferenciación en cuanto a categoría. La ciencia no establece lo que es materia de creencia, sino de demostración y consenso, justo lo contrario que las creencias. Podemos trazar una analogía entre el funcionamiento de la economía y la importancia del nacionalismo.

La economía del mundo se basa en los mercados y dichos mercados están regulados por innumerables leyes económicas y reglamentos y por la actuación simultánea de los diferentes agentes económicos, gobiernos, bancos centrales, instituciones financieras, grandes corporaciones, pequeñas empresas, profesionales, particulares… en el fondo, toda esa complejidad se asienta en el comportamiento de los consumidores, en su mayor o menor rango de libre decisión, que a su vez  -y esto es lo importante- depende de sus animal spirits, como los describió John Maynard Keynes. Porque sí, en efecto, toda la capa de racionalidad y asignación eficiente de recursos, no se basa en decisiones finales ajustadas a la racionalidad, deciden personas no máquinas, personas que se mueven por instintos y necesidades pero que también, y fundamentalmente, compran y venden por deseos, pasiones, atracciones y caprichos, por emociones y cultura ¿Es posible entender la economía del mundo sin admitir esta faceta no racional? Sencillamente no, como bien sabe el neuromarketing.

De igual manera, un enfoque racionalista del nacionalismo y por extensión de la pulsión política, no es una tarea fácil de desarrollar, porque no es la razón sino la emoción lo que los mueve, sus propios animal spirits políticos. Y estos animal spirits conectan como hemos visto antes, con vínculos muy fuertes basados en el origen común, las costumbres, las ideas aprendidas y vividas, la cultura y la propia vida. Una mixtura de instinto y educación de la que es difícil escapar sin tener calientes la razón o el corazón.

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La historia que cuenta el nacionalismo

Existen una serie de elementos universales en el relato nacionalista que se repiten con más o menos intensidad y que podemos observar en la gran mayoría de sus manifestaciones, en todos los casos, momentos y lugares. Esta historia, este relato nacionalista trata de conectar con el «alma de la patria», con la verdad más allá de las personas, las palabras o la razón. Esta mitología transmuta el tiempo y el espacio, trabaja con anacronismos y fantasías, con deseos y aspiraciones. Es el cuento por excelencia ya que es el cuento de la tribu, el relato de todos, el relato de siempre.

Los elementos básicos de este relato serían:

1.- El paraíso mítico, un tiempo en el pasado donde la nación existía de manera feliz y plena.

2.- La pérdida de ese paraíso, mediante un suceso o sucesos de carácter traumático, normalmente una derrota militar o una infiltración maliciosa.

3.- La existencia de un enemigo o enemigos, culpables directos o indirectos y beneficiarios del trauma anterior y cuya existencia realza la propia identidad.

4.- La travesía del desierto, la ocupación, el destierro, la opresión, consecuencia de los dos puntos anteriores y cuyas consecuencias se manifiestan en el presente.

5.- El profeta, los profetas, personalidades y grupos que han mantenido la conciencia de la libertad de la nación y la determinación del pueblo en este duro trance y son la voz de la esperanza y de la lucha por la recuperación del primer punto.

6.- La lucha por la recuperación del paraíso perdido, la culminación de la voluntad de la nación en la que se consigue la libertad de la nación y todas las reclamaciones y esperanzas son satisfechas.

7.- La libertad, la felicidad, el paraíso recobrado, el futuro perfecto, el horizonte posible pero difícil de detallar que se mantiene básicamente por su identidad con otra idea fuerza fundamental del ser humano, ligada histórica e inconscientemente con el ideal nacionalista: el instinto de libertad. Porque en definitiva, ¿qué es la independencia nacional sino un estado de libertad colectiva donde cada uno espera su ración de libertad individual completa?

Está claro que este esquema variará en función del estatus que la nación disponga -si se ha estructurado en un estado independiente o no, si presenta una posición dominante antes sus vecinas o no- y del grado de respaldo entre las personas que eventualmente la integran. Se da por tanto en todo nacionalismo un alto grado de impulso «pedagógico» de los atributos nacionales, pues hay que impregnar y socializar entre la población los detalles, que no son tan espontáneos ni tan innatos.

Ello no quiere decir necesariamente que la idea de nación se invente, pero sí que se le da forma, pues es la única manera en que se introduce en el cuerpo social a través de las mentes individuales ¿Adoctrinamiento? Lógicamente, como se transmiten las ideas funciona el cuerpo social. Y esta es la clave de su utilización y capitalización, pues al igual que el petróleo oculto bajo la tierra es incapaz de mover un vehículo sin un adecuado proceso industrial de refinado y distribución, así la idea-fuerza del nacionalismo -como de cualquier otra idea fuerza importante- no resulta movilizadora y con efectos reales sin una adecuada articulación en forma de información,  educación, organizaciones, campañas, mensajes… marketing y comunicación.

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Los estados no nacidos

Un mapa físico muestra como es el mundo de acuerdo a su orografía, agua dulce y salada, clima, vegetación… los mapas políticos muestran la división de las fronteras entre las naciones, lo que demuestra que el asunto de la pertenencia a una nación es el aspecto más importante de la política y que esta condición afecta a todo el mundo (literalmente). Por el momento y a pesar del cambio climático y de la transformación del mundo por parte del ser humano, los mapas políticos cambian mucho más deprisa y de manera más importante que los físicos. Y de hecho la historia del mundo puede observarse al ir comparando los mapas políticos que en el mundo han sido.

Existe la creencia de que nación y estado deben confluir para un perfecto equilibrio entre la conciencia individual y la colectiva y en ese sentido se habla de derechos nacionales como adicionales a los individuales, cuando en realidad estaríamos comparando derechos de personas con derechos de cosas o incluso algo peor, derechos de ideas, como si tuvieran existencia real y personalidad: algo que no resulta justo ni acertado, obviamente. Las ideas y las cosas pueden ser muy respetables especialmente si representan o son símbolo de las aspiraciones de las personas, pero en última instancia son las personas las merecedoras de derechos y solamente las personas, tal y como refleja con gran acierto la declaración universal de los derechos humanos.

Por tanto, el derecho de soberanía e independencia de una nación sería en realidad el derecho de determinados ciudadanos a ejercer su derecho de voluntad libre y a erigirse en estado independiente. Con todos los problemas que eso ha ocasionado y puede ocasionar. En especial decidir qué grado de cobertura de ese grupo representa la voluntad del todo. Hay tantos ejemplos de naciones sin estado como de grupos humanos que deseen manifestar algún grado de independencia y autogestión y citar los casos llevaría mucho espacio y el riesgo de olvidar alguno. Pero vamos a ver uno en concreto para especificar un ejemplo del ejemplo.

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El caso catalán

«Las naciones no piensan, sienten.»
Bernard Crick

Las últimas elecciones al parlamento de Cataluña en noviembre de 2012 arrojaron un resultado confuso. Mientras algunos vieron aliviados que el partido promotor de la independencia, Convergència i Unió (CiU), había perdido votos (-7,2%) y escaños, en realidad el conjunto de los partidos independentistas y radicales habían crecido en votos mucho más (>500.000), con lo que la suma de votantes que apoyaban propuestas soberanistas o independentistas había crecido de modo notorio en el momento de las elecciones respecto a las anteriores.

La propuesta principal del partido en el gobierno de Cataluña era la de preguntar en una consulta acerca de si el pueblo de Cataluña quería o no su independencia. La idea-fuerza nacionalista, plasmada en un creciente sentimiento soberanista en la población, se había visto reforzada y aupada por una serie de circunstancias favorables a esta idea entre las que destacan las consecuencias cada vez más percibidas de los efectos negativos de la crisis económica y los continuos desencuentros de las últimas décadas entre el gobierno central español y las fuerza políticas catalanas, que habían creado una sensación de trato desigual y agravio comparativo permanente. Una causa marca el camino la otra aporta el combustible para el viaje.

Sin embargo, pese a que las elecciones se convocaron para rentabilizar este sentimiento, el partido convocante no sacó beneficio de la apuesta y al final obtuvo un resultado peor que en las anteriores elecciones, no siendo capaz de catalizar nada, mas bien al contrario. Algunos partidos opuestos a la idea independentista, como reacción, ganaron algunos votos -medidos más como una mayor participación- y en la práctica casi se enquistaron en porcentajes mientras que los que no atinaron a decidirse y se movieron en la ambiguedad, como el caso del PSC, se hundieron electoralmente y entraron en una fase de potencial secesión interna, fiel reflejo de la realidad social.

Situaciones parecidas de convocatoria de referendum de independencia se han vivido en otros lugares que han planteado esta cuestión de modo democrático, como el caso conocido de Quebec, aunque aquí la decisión fue la de mantenerse unidos a Canadá; pero sí que resultó en la antigua Checoslovaquia, que se dividió en dos entidades estatales de manera pacífica y consensuada. En Europa hay otros lugares con movimientos secesionistas o soberanistas, como es el caso de Escocia, Flandes, Padania o Euskadi, aunque solo en el primer caso se ha llegado a un plan de consulta popular para 2014 y donde los sondeos muestran un porcentaje mayoritario de apoyo a la unión.

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No es el objetivo de este artículo discurrir acerca de las razones de por qué algunos nacionalismos disponen de más fuerza que otros pero sí resaltar que cuando una sociedad lo siente de manera mayoritaria -al menos importante- y lo incorpora a su ideario y pensamiento colectivo, como toda buena idea de marketing (y de eso se trata a fin de cuentas) resulta una fuerza motivadora y motriz de carácter fundamental. Qué duda cabe que, en el caso que nos ocupa, la idea ha tomado cuerpo y moviliza, al menos a los votantes de las opciones catalanas que propugnan la independencia y que son mayoría, aunque se desconoce como respondería el electorado ante la incertidumbre de un dilema concreto y sin retorno. En la sesión del Parlament de Catalunya del 23 de enero de 2013 se votó una declaración por la que se considera a Catalunya, «sujeto político y jurídico soberano«, dentro de una hoja de ruta que debería conducir a una consulta popular en 2014. La declaración fue aprobada por dos tercios aproximadamente de los parlamentarios.

La historia reciente en Cataluña  ha demostrado que CiU, una coalición en realidad, que pretendía tutelar la idea y apropiarse de ella, no ha sabido controlarla o explotarla y que, aunque contínua siendo la fuerza mayoritaria, ha perdido fuerza y liderazgo justo cuando más se suponía que la iba a capitalizar y más lo necesitaba.

No me interesa tanto la cuestión puramente política como el enfoque de marketing. No un marketing de merchandising para vender banderas o camisetas de la selección nacional de fútbol, sino marketing como método y materia de análisis y diagnóstico.

Una empresa que controlara una porción hegemónica del mercado y que, paradójicamente, perdiera en share y en ventas brutas después de realizar una importante campaña publicitaria y de marketing, revelaría que algo estaba pasando en ese mercado que esa empresa no fue capaz de ver y que o su análisis de la realidad o su plan de acción sobre ella, o ambos, estaban equivocados. El ejemplo catalán muestra que eso que estaba sucediendo en el mercado resultaba ser una  idea-fuerza realmente poderosa y autónoma y que una vez liberado el genio de la lámpara resulta complicado que obedezca o que pueda regresar a su interior.

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Conclusión

Hemos visto 3 ideas-fuerza que aún afectando a 3 ámbitos diferentes de la sociedad, tratan en todos los casos de grupos sociales y de como esos grupos se construyen mediante la agregación de voluntades personales que son en definitiva donde reside y se desarrollan esas ideas fuerza. Esta sería la conclusión principal, que recordaría de manera muy intensa que toda manifestación humana existe por, en y desde las mentes de las personas y que son los mecanismos que han ido creando y perfilando esas mentes a lo largo de la evolución por un lado y de la socialización y de la adscripción cultural, por otro, los que determinan en gran medida la existencia y la influencia de las ideas-fuerza.

Estas ideas son tanto más importantes y fuertes cuanto más profundas resultan a la conciencia y a los instintos de las personas y son un filón para organizaciones y empresas que se muevan en terrenos enraizados con estas mismas ideas. El objetivo y las actividades del marketing  y la comunicación ocurren justamente en ese mismo territorio mental que hemos vislumbrado y es esa la causa de que esos mecanismos, desde el instinto o la cultura, hayan permitido que haya habido «casos de éxito» en la historia de las sociedades.

Es en las situaciones complicadas y cuando están en juego la supervivencia o los valores más importantes, cuando esos mecanismos tienen a su vez más importancia y juegan un papel más decisivo, cuando el instinto y el ingenio parecen activarlos. Pero no solo es en estas situaciones de riesgo o de crisis sino en cualquier aspecto vital, donde las proyecciones de los deseos funcionan de acuerdo a las mismas pautas y alimentados por las mismas ideas-energía, en la mayoría de los casos de manera totalmente inconsciente.

Por tanto, identificar y utilizar las ideas fuerza que se adapten a los objetivos o la actividad de una empresa o una organización no es solo algo conveniente sino plenamente necesario. Para ello se cuenta con herramientas y metodologías del campo de la antropología y el marketing que permiten el análisis, el diagnóstico y el diseño de un plan que tenga como fin el aprovechamiento y la utilización óptima de las mejores ideas fuerza para nuestra organización.

«Patria est ubicumque bene est»

(«Patria es cualquier sitio donde se está bien»)  Seneca

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